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Collection « Les sciences sociales contemporaines »

Une édition électronique réalisée à partir de l'article de Jean-Marc Fontan, “ De l'intellectuel critique au professionnel de service, radioscopie de l'universitaire engagé. ” (2000). Un article publié dans la revue Cahiers de recherche sociologique, no 34, 2000 [Les universitaires et la gauche], pp. 79-97. Montréal: département de sociologie, Université du Québec à Montréal. [Autorisation accordée par l'auteur le 23 juin 2003]

Odina Sturzenegger

Maître de conférences en anthropologie,
Université Paul Cézanne d’Aix-Marseille III
 

EL CAMINO A TIENTAS. REFLEXIONES EN TORNO
A UN ITINERARIO TERAPÉUTICO
”.  [1] 

Un article publié dans la revue Suplemento Antropológico, vol. 29, no 1-2, pp. 163-227. Asunción, 1994.
 

Sociedades pluralistas y sistema médico
El itinerario terapéutico
 
a) La sistematización y lo imprevisible
b) El itinerario de Susana
c) Toma de decisiones, cultura y sociedad
 
BIBLIOGRAFIA

 

Este artículo, que consiste en el análisis antropológico de prácticas referidas al ámbito de la enfermedad, no está dirigido solamente a investigadores de ciencias sociales sino también a quienes se dedican a la práctica de la medicina. En efecto, la temática de la antropología médica constituye un sitio donde convergen intereses de profesionales provenientes de dos campos en principio alejados: unos, que buscan comprender la enfermedad como hecho social, y otros, que la tratan como hecho biológico. Ahora bien, los profesionales de la salud se ven diariamente confrontados, en su práctica, al hecho de que sus pacientes adoptan comportamientos referidos a la salud, que repercuten sobre ella, y cuyo sentido les escapa. Si desde el punto del vista del médico tales comportamientos parecen inexplicables, el antropólogo se sitúa en un ángulo a partir del cual intenta descubrir la coherencia de tales comportamientos: coherencia que es social y cultural y que exige la profundización de hechos sociales y culturales que se sitúan mas allá de la enfermedad misma. En efecto, los comportamientos relativos a la enfermedad se hallan enraizados tanto en la concepción del mundo como en el modo de las relaciones que se establecen entre los miembros de una sociedad. 

Para los antropólogos, el ámbito de la enfermedad y de la terapia constituye un punto particularmente rico para el análisis tanto de las representaciones de una cultura como de las relaciones que se tejen entre los miembros de una sociedad. Para los médicos, la apertura hacia formas de entender y de tratar la enfermedad que se apartan de la práctica hospitalaria y clínica cotidiana permite clarificar y ampliar su visión sobre el comportamiento de los pacientes y, al mismo tiempo, tomar conciencia de la manera en que la figura del médico aparece relativizada dentro del conjunto de terapeutas que los miembros de una sociedad reconocen como tales. 

* 

El trabajo que aquí presentamos ha sido elaborado a partir de datos obtenidos entre pobladores criollos de la localidad de Las Lomitas, ubicada en el centro de la provincia de Formosa, que junto con su zona de influencia alberga unos 8000 habitantes. Su población, al igual que muchas otras localidades del Chaco, está conformada principalmente por criollos, luego por indígenas — en el caso de Las Lomitas, los indígenas pertenecen a las etnías mataca y pilagá — ; y finalmente por un grupo reducido de profesionales representativos de la cultura urbana. Veamos brevemente el origen de la población criolla en la que este trabajo está centrado. 

El territorio de la provincia de Formosa, en la región del Chaco argentino, estuvo tradicionalmente habitado por grupos cazadores-recolectores. Hubo la guerra con el hombre blanco, y tras la derrota de los indios, a fines del siglo pasado, comenzó el proceso de colonización, que contó con diferentes oleadas migratorias. Tuvo lugar, primero, la llegada de población rural procedente, ya de la provincia de Salta, ya de Santiago del Estero o del Chaco, pero cuyos orígenes, en cualquiera de los casos, eran salteños. Se trataba de una corriente migratoria compuesta por criollos descendientes de muy antiguos colonos españoles que, desde su establecimiento en el noroeste de la Argentina, se habían mestizado, en gran medida, con indígenas de grupos andinos. Venían a Formosa en busca de tierras de pastoreo. Comenzó luego el arribo, con el mismo fin, de pobladores venidos del Paraguay. Se trataba también de una población criolla ya mestizada, fruto de la unión de antiguos colonos españoles con aborígenes de origen guaraní. Estas dos corrientes migratorias, unidas en su cultura por el origen hispánico, constituyeron la base del grupo criollo en la provincia de Formosa. A este grupo se fueron integrando, más tarde, especialmente a partir de los años '30, europeos de diversos orígenes llegados a la Argentina en las primeras décadas del siglo en el marco de los acuerdos de inmigración. Hacia la misma época, otros hechos contribuyeron a la instalación de nuevos colonos (extranjeros o argentinos) en los pueblos recientemente creados en la provincia: la crisis económica mundial, la guerra del Chaco, el asentamiento de las tropas en la región, con el respaldo que ello implicaba para los intereses de los nuevos pobladores. 

 

Sociedades pluralistas y sistema médico

 

Aun en el caso de las sociedades en que las barreras entre los sectores que la conforman tienen la apariencia de infranqueables, la pluralidad étnica no permanece nunca ajena al tejido de las relaciones sociales; ya se trate del rito religioso, de los hábitos de alimentación, del juego, de la vestimenta, del tratamiento terapéutico, o de lo que se quiera, el contacto entre dos pueblos no es nunca neutro, y si lo es durante algún tiempo, deja de serlo un día. En el caso de los comportamientos y nociones relativos a la búsqueda de terapia, cuando diferentes grupos étnicos comparten un territorio por el que circulan diariamente, o cuando se instalan en él como vecinos próximos, la diversidad de recursos terapéuticos que es producto de la pluralidad étnica pasa a ser, con el tiempo, y en mayor o menor medida según el tipo de relación que se establece entre cada grupo y cada uno de los otros, un patrimonio compartido. Se trata de una constatación factual, que los etnólogos han podido observar aquí y allá, que resulta tanto más evidente cuanto más importantes son la densidad y la heterogeneidad étnicas de una población, y que se repite de sociedad en sociedad, como una tendencia universal. 

El pluralismo médico, que Leslie presenta como una característica estructural del sistema social [2], constituye un dato que se obtiene de manera directa, mediante la observación. Dato que lleva inmediatamente a interrogarse sobre su funcionamiento, sobre la lógica que lo hace posible, sobre la manera en que la visión y la acción del enfermo aúnan (o no) diferentes formas de terapia, es decir, lleva a interrogarse sobre la manera en que tales formas de terapia forman sistema. 

Si tomamos el caso de Las Lomitas y hacemos el inventario de recursos terapéuticos en ella presentes, vemos que a cada uno de los grupos étnicos establecidos en el lugar corresponde una o varias formas de consideración y de tratamiento de la enfermedad. Les corresponden en el sentido en que son la creación de un grupo, en que son solidarias de una visión cultural, pero no porque se trate de compartimentos estancos a los cuales sólo los miembros de un grupo étnico podrían tener acceso (aunque es cierto que hay, hasta hoy, ciertas puertas que permanecen cerradas). 

Como instituciones solidarias de las culturas indígenas que proveen recursos terapéuticos, podemos señalar, primero, el chamanismo de los Matacos que ha sido influido por la evangelización de los padres franciscanos de las misiones establecidas junto al río Bermejo a partir del último cuarto del siglo pasado. Hay que mencionar también la nueva forma de culto que constituye la Iglesia Evangélica Unida, iglesia indígena de inspiración mennonita presente tanto entre Matacos como entre Pilagás, así como otras formas de culto pentecostales (la Asamblea de Dios, la Iglesia del Cristo Nazareno, la Iglesia Cuadrangular). Finalmente, ciertas formas tradicionales de terapia no chamánica, destinadas a la curación de quebraduras y heridas, permanecen casi solamente en el recuerdo de algunos, ya que tienden a desaparecer ante la presencia del hospital. 

La población criolla reconoce como tradicionales prácticas terapéuticas que, desde la terapia familiar más rudimentaria hasta la terapia curanderil como forma especializada del arte de curar, se mantienen totalmente vigentes. Las Iglesias Evangélicas aparecidas hace ya varios años en la localidad, cuya función predicadora esta destinada sobre todo a los criollos, han pasado a constituir — con la excepción de los Testigos de Jehová, que por lo reciente cuenta aún con muy pocos adeptos y con ningún pastor — otros tantos nuevos recursos a los cuales dirigirse en caso de enfermedad. En el seno de la Iglesia Católica, un grupo carismático surgido no mucho tiempo atrás efectúa curaciones que se atribuyen al poder del Espíritu Santo. 

A un lado de este conjunto de instituciones cuyas modalidades terapéuticas se hunden, en unos casos, en sus respectivas tradiciones culturales o surgen, en otros, allí donde el objetivo primero se diría que es religioso, se halla la medicina moderna. El hospital la ofrece gratuitamente a todos los sectores de la sociedad. Los consultorios privados la reservan a quienes pueden pagársela y a quienes están protegidos por un sistema de seguridad social que está muy lejos de alcanzar a la totalidad de la población. 

Tales son las instituciones en cuyo seno los pobladores de Las Lomitas hallan recursos terapéuticos. Pero tal como hemos dicho más arriba, se trata de un inventario de recursos, de una enumeración, y no de un sistema. La noción de sistema médico, que a partir de la constatación del pluralismo deviene central para la interpretación antropológica de las prácticas terapéuticas, ha sido el objeto de diferentes definiciones y discusiones múltiples [3], que no es nuestro objeto reseñar en este momento. Aquí partiremos de la base de que un sistema médico se define a partir de un único grupo social o étnico (es decir, a partir de un grupo con una identidad definida), tomando en cuenta, primero, los comportamientos de sus miembros relativos a la búsqueda de terapia, y luego, las nociones que subyacen a tales comportamientos. 

Si observamos adónde se dirigen criollos, matacos y pilagás cuando un tratamiento terapéutico se hace necesario, vemos que ninguno de los tres grupos se sirve únicamente de los recursos propios, ni tampoco de la totalidad de los recursos enumerados. Cada uno de los grupos teje su propia trama de recursos terapéuticos, que es diferente de las otras dos. Cada trama de recursos terapéuticos que utiliza un grupo social o étnico constituye un sistema médico, y en una sociedad pueden definirse tantos sistemas médicos como grupos étnicos o sociales distintos estén presentes en ella [4]. 

Veamos esto a través del ejemplo de la población de Las Lomitas. La población criolla cuenta, para empezar, con la serie de prácticas que conforman la medicina tradicional propia, unión, a su vez, de las respectivas medicinas criollas que trajeron las migraciones de Salta y del Paraguay. Luego están las Iglesias Evangélicas, aceptadas como recursos terapéuticos especialmente por los respectivos fieles, pero, a fin de cuentas, aceptadas en mayor o menor medida por todos. Luego, el grupo carismático de la Iglesia Católica, con el que sucede algo análogo a lo de las iglesias protestantes, ya que recurren a él principalmente los carismáticos, aunque constituye una posibilidad abierta a todos. Hasta aquí los recursos, tradicionales y recientes, que la población criolla se proporciona a sí misma y de sí misma. Más allá se sitúa la biomedicina, a la que los criollos recurren, ya en su forma gratuita, ya en su forma privada, según la condición económica y la cobertura social de unos y otros. Aquí es preciso señalar que, desde el punto de vista criollo, el representante de la biomedicina es únicamente el médico, mientras que el enfermero, que es criollo y que conjuga el saber tradicional con el saber moderno de la práctica hospitalaria, aparece como un recurso aparte. Y finalmente, también cuentan los criollos con terapeutas indígenas, y aquí se hace necesaria otra aclaración. No se trata ni del chamán ni del predicador de la nueva religión; se trata de indígenas que no curan en la cultura propia, sino sólo en la ajena. El status de terapeutas probablemente les haya sido dado a algunos tras haberse dedicado a vender payés entre los criollos, quienes habrán pensado que tal era entre los indios un saber de especialistas, tal como sucede en la cultura propia. 

Los Matacos buscan la terapia en el hospital, en el culto de los chamanes "católicos", en el de la Iglesia Evangélica Unida, marginalmente en otro de los cultos pentecostales — cada vez más marginalmente debido a la invasión de la iglesia aborigen. Pero (aparentemente) los matacos de la Iglesia Evangélica Unida no van al culto de los "católicos", y viceversa, lo cual nos hablaría de dos sistemas o al menos subsistemas para los miembros de la etnía que se hallan instalados en Las Lomitas. 

En caso de enfermedad, los Pilagá recurren también al hospital, al culto de la Iglesia Evangélica Unida, cada vez menos a otros cultos pentecostales. En ocasiones, pueden solicitar los servicios de alguno de los pocos chamanes pilagá que quedan, que viven hacia el río Pilcomayo, a quien se hará un mensaje por radio para hacerlo venir de urgencia y quien efectuará su terapia en el seno del culto de la Iglesia Evangélica Unida. En cada caso, cuando mencionamos la Iglesia Evangélica Unida, nos referimos al culto respectivo de cada etnía, que tiene sus especificidades culturales y al que no asisten, salvo en ocasiones muy especiales [5], miembros del otro grupo étnico. 

Ni Matacos ni Pilagás realizan la distinción que efectúan los criollos entre médico y enfermero; para ambos grupos indígenas, uno y otro terapeuta forman parte del recurso de la biomedicina. Por otra parte, ni Matacos ni Pilagás se dirigen al curandero, pero sin embargo han adoptado recetas medicinales de la tradición criolla, que han pasado a constituir un recurso casero para afecciones benignas. 

Volvamos a la población criolla. Esta tiene a su alcance toda la serie de recursos terapéuticos que le ofrecen la tradición curanderil, la terapia casera, el chamanismo, el cristianismo y la medicina científica. Tiene su modo de pensar tales recursos, y se sirve de ellos selectivamente, según las situaciones, tomando unos, dejando otros de lado, combinándolos, a veces de manera complementaria, a veces de manera alternativa, a veces de manera jerárquica, según la enfermedad de que se trate y según la situación social y religiosa de los usuarios [6]. Poco a poco se hace evidente su organización. Y esta construcción final constituye una trama que atraviesa la sociedad, que se extiende más allá de las fronteras étnicas, que la población misma no reconoce de manera explícita como una organización única. Una trama que no es visible a la primera mirada, pero que los comportamientos relativos a la búsqueda de terapia dibujan poco a poco hasta darles forma. Una trama que el etnólogo reconstruye buscándola a través de tales comportamientos y a través de las nociones que los subyacen. Una trama que, una vez reconstruida, constituye un sistema médico. Por su parte, los dos grupos indígenas hacen lo propio. Cada uno por su lado va tejiendo su propia trama de recursos, y la resultante final es la aparición de configuraciones diferentes cuyos campos algunas veces se superponen (el recurso al hospital es común a todos) y otras se mantienen distantes (nadie se hace curar en la iglesia de un grupo ajeno). Digamos entonces que el concepto de sistema médico se presenta como una noción que no puede ser escindida del tejido y la modalidad de las relaciones sociales. Es un concepto que adquiere sentido en un mundo relacional. Es una herramienta que permite, trazando el esquema que los usos de cada grupo social plasman en itinerarios y demás hábitos terapéuticos, y buscando la significación de tales usos en el discurso y en actitudes no verbales, ver que detrás del fenómeno de la enfermedad hay una sociedad que funciona y una cultura que se expresa. 

Es ante todo a través de los itinerarios terapéuticos donde se ve la integración de los diferentes recursos en sistema. La utilización de un recurso, o el paso de un recurso a otro no siempre resulta comprensible a partir del discurso que el enfermo tiene. No se trata de una falta de coherencia, sino que ésta no debe ser buscada en la adaptación de los actos al razonamiento discursivo. La coherencia de estos sistemas — the pattern which connects [7] — debe buscarse en una lógica de naturaleza muy otra, que apunta a adaptarse a las situaciones de todos los días, que está gobernada por lo contingente y lo pragmático, una lógica propia a un mundo (y a situaciones) "en que la necesidad de comprender no obedece a la necesidad de conocer sino a la de vivir" [8]. 

Nos centraremos a continuación en el tema del itinerario terapéutico en el mundo criollo.

 

El itinerario terapéutico

 

a) La sistematización y lo imprevisible

 

Hemos mencionado los diferentes recursos terapéuticos que conforman el sistema médico criollo. Cabe preguntarse, entonces, qué sucede cuando alguien cae enfermo, a quién se dirige, cómo elige la terapia a seguir. Cabe preguntarse, también, hasta qué punto es posible hacer generalizaciones con respecto a este tipo de comportamientos. 

Los datos sobre las decisiones y los comportamientos en este ámbito pueden ser engañosos cuando uno se basa sólo en un discurso que expresa la opinión de los informantes. Una pregunta del tipo de: "¿A quién hay que recurrir ante tal enfermedad?", evoca inmediatamente la clasificación criolla de las enfermedades que distingue las de médico de las de curandero [9] (salvo entre los evangélicos, para quienes prima la comunidad religiosa de pertenencia), da lugar a una respuesta pautada, a un discurso inspirado en representaciones culturales y no en acciones concretas. Si nos restringimos al discurso acerca de lo que "se debería hacer", fácilmente se obtienen modelos en que, a partir del peso relativo del criterio nosológico y del religioso, el recurso a un determinado terapeuta ante una determinada afección aparece casi como un comportamiento reflejo. 

Modelos que pueden, verosímilmente, sugerir tendencias generales en casos también generales, pero no mucho más que ello. Y es esto lo que muestra la comparación de tal discurso con el referido a casos concretos, en que se ven aparecer otros criterios tanto o más fuertes que el religioso o el nosológico y que entran a jugar junto con éstos haciendo el panorama mucho más complejo. La situación económica y social del individuo, experiencias terapéuticas previas, y situaciones aleatorias de diversa índole tienen también su incidencia en la elección del camino a seguir cuando se busca la curación de una enfermedad. 

En efecto, en cuanto se pretende realizar una sistematización de los itinerarios terapéuticos registrados, uno se halla frente al hecho de que los comportamientos sólo siguen una cierta regularidad en los inicios de una enfermedad benigna, y que tal relativa regularidad inicial es tanto menor cuanto mayor es la gravedad percibida por el enfermo o por su entorno familiar inmediato. Cuando, tras los primeros intentos terapéuticos, la afección persiste, ya sea que se agrave o no, el abanico de comportamientos se abre de tal manera que la posibilidad de sistematizar itinerarios se vuelve ilusoria. Veamos entonces, de acuerdo con el relato de casos concretos de enfermedad, hasta qué punto es posible hablar de una regularidad de comportamientos en la búsqueda de la terapia. 

En un primer momento, la enfermedad suele recibir un primer tratamiento en casa. Si es benigna, es posible que no necesite otra terapia. Si persiste, a veces se recurre a un vecino, otras veces no. Luego, la nosología criolla mostrará un camino a seguir, y lo mostrará con mayor o menor fuerza según la enfermedad de que se trate: es raro que una enfermedad específica de curandero reciba un primer tratamiento en el hospital, y viceversa, pero siempre y cuando — reiteramos — los síntomas no presenten la apariencia de ser graves. Si la afección todavía persiste tras la consulta al médico o al curandero, habrá seguramente un cambio de terapeuta, ya sea dentro del recurso precedente (consulta a un segundo médico o a un segundo curandero) o fuera de él (consulta a un médico cuando previamente se ha recurrido a un curandero, o viceversa), e incluso puede haber el agregado de distintos terapeutas (la consulta a varios a la vez). Lo cual abre cada vez más posibilidades de diferenciación en el itinerario, y la variabilidad seguirá aumentando en la medida en que la enfermedad se agrave o se haga crónica, y allí la única regularidad observable estará constituida por el recurso sucesivo o simultáneo a cualquier puerta. ¿Se puede todavía seguir hablando de regularidad? 

Hay que tener también en cuenta el peso de la comunidad religiosa de pertenencia del enfermo y/o de su familia. En las distintas sectas cristianas, cuanto más desarrollado está el hábito terapéutico en el seno del culto, mayor es la tendencia a reemplazar, desde un primer momento, el recurso al curandero por el recurso al pastor, y suele haber, desde el inicio de la enfermedad, una combinación del tratamiento hospitalario con la terapia religiosa. Ante la persistencia de la afección, es muy posible que se solicite la oración del pastor con una frecuencia mayor que lo habitual, se seguirá o no con el tratamiento hospitalario, y se irá a la curandera sin que el pastor se entere. 

Cuando una enfermedad presenta apariencias de gravedad desde el comienzo, el recurso se elige de manera mucho más imprevisible. Se va al hospital sin detenerse a pensar si la afección tiene o no tiene visos de ser "de médico", y algo análogo ocurre si se acude al curandero. Se recurre a la vez, o en una secuencia muy rápida, al médico y al curandero, o a varios médicos o a varios curanderos. Se busca socorro a tientas y de manera irreflexiva. El único criterio que aparece es la voluntad de acumular terapias: alguna será eficaz. 

He aquí un ejemplo. Un día un hombre es conducido a la guardia del hospital por su hija, asustada ante el síntoma de gran agitación de su padre que denunciaba, a sus ojos, un estado de extrema gravedad. Se lo internó. Por la mañana, la agitación continuaba. La misma hija aprovechó el primer momento de descuido del personal para sacar al padre clandestinamente del hospital, con la finalidad de conducirlo a casa de la curandera más afamada del pueblo. Su terapia no tuvo efecto inmediato, y al otro día padre e hija estaban en un pueblo vecino, en casa de un "indio del evangelio que curaba con los santos". 

Otro caso. El bebé de Claudia tenía aún pocos meses de vida. Tuvo una fiebre muy aguda a la que siguieron convulsiones. La madre llevó al hijo al hospital, donde se lo medicó sin internarlo. Claudia dice que no se le dio diagnóstico. Convencida de la gravedad del estado del niño, recurrió al mismo tiempo a su madre, que aun siendo curandera no pudo darse cuenta de la causa de la enfermedad del nieto y sólo se limitó a hacerle algunos remedios caseros más bien banales. Claudia recurrió entonces en forma simultánea a otros dos curanderos. Uno diagnosticó susto y el otro ojeo, y Claudia aceptó para el niño la terapia de uno y de otro, mientras continuaba yendo al hospital. Ella dice ahora que pensaba que habiendo diferentes terapeutas, cada uno con su diagnóstico y su tratamiento, alguno acertaría a dar curación a su hijo, hecho que no sucedió, pues el pequeño falleció a los pocos días. 

Todo lo dicho hasta aquí muestra la imposibilidad de esquematizar comportamientos, que sólo tienden a adoptar una cierta forma, como se ha dicho, en los inicios de la enfermedad benigna. Más allá de ella, los caminos se hacen totalmente independientes. Tal como lo expresa Fassin en relación con sociedades africanas, "el camino del enfermo en busca de un diagnóstico y de un tratamiento aparece entonces como la resultante de lógicas múltiples, de causas estructurales (sistema de representación de la enfermedad, lugar del individuo en la sociedad) y de causas coyunturales (modificación de la situación financiera, consejo de un vecino), lo cual hace vana toda tentativa de formalización estricta" [10]. 

 

b) El itinerario de Susana

 

Sigamos ahora el largo itinerario de Susana [11], que me fuera relatado por su madre, y en el cual se verán aparecer criterios de toda índole que posteriormente se analizarán. 

Fueron los tíos maternos de la madre de Susana quienes por primera vez me hablaron de la enfermedad de la joven, quien desde su infancia padecía "asma y ataques" a causa de un acto de brujería realizado sobre la persona de su madre cuando ésta estaba embarazada de ella. Decidí tomar contacto con Alicia Martínez, lo cual me llevó algún tiempo debido al modo de vida que llevaba la familia. Criadores de ganado, el matrimonio divide su tiempo entre la propiedad en el campo, en el norte de la provincia, y la casa que poseen en el centro del pueblo. Sus dos hijos estaban, cuando los conocí, permanentemente en Las Lomitas porque asistían a la escuela secundaria. 

Por fin, fui recibida un día por una mujer sumamente amable, de modales suaves, un acento que revelaba el origen paraguayo, y un semblante de preocupación muy marcado. El aspecto de la casa mostraba el nivel socio-económico medio de Las Lomitas. Me hizo pasar al patio de la casa, lleno de plantas, y me ofreció mate. Aunque le había dicho de entrada que el principal motivo de mi visita era enterarme de la enfermedad de Susana y de los tratamientos que había recibido, antes que me hablara de ello le hice algunas preguntas sobre la etiología y la terapia de diversas afecciones. Su saber sobre la medicina tradicional representaba el nivel general de los conocimientos compartidos por la población criolla: algunos remedios en base a plantas y a grasas de animales, para dar curación o un primer alivio a enfermedades benignas. A no ser por el problema de su hija, sus idas al médico o al curandero no parecían particularmente frecuentes. Era una mujer católica, como el resto de su familia. Alicia Martínez aparecía, pues, como una figura representativa del nivel medio de la población de Las Lomitas. 

Y comenzó su relato: 

— Un año tenía. Era sanísima, sanísima. Nosotros vivíamos en el campo, como a veinte leguas de aquí. Era gordísima, gorda. Esto era todo un solo formado de gorda, así las piernas. La gente de allá me decía que cómo la criaba. La crié con el pecho, solamente. A los cuatro meses comió; empezó a comer sopitas, así, con puré de manzanas. Pero llegó el año y se enfermó. Le fue agarrando así como… le apretaba el pecho. Pero nunca tuvo ni un resfrío, ni una alergia, por suerte, como esas alergias de la nariz, de la vista, o que dan ronchas. Lo único que le atacaba era el pecho. Se comenzó a torcer ya cuando tenía ocho años, nueve años; se iba torciendo así, los hombros hacia adelante, y el pecho se iba hundiendo. Y la llevé a un doctor de acá, de Resistencia, un especialista en asma y alergia. ¡Tres meses la trató! Y me dijo que él nunca había visto eso, que jamás, de todos los pacientes que él tuvo había visto eso, por la manera en que se encontraba la chica, por lo mal que estaba, y por la forma en que le atacaba. Era como si fuese que el corazón se le viniese aquí abajo, le daba una agitación tremenda, que se hundía el pecho, y quedaba así; por lo menos cuatro o cinco días estaba así, durante los cuales no le tomaba ni agua! Se agitaba, y le daba una simple tos que… no era ni catarro ni cosa por el estilo. Y acá en la espalda, usted le tocaba aquí, y aquí era como si fuese que tenía hueco, hueco. Usted le tocaba así y era una cosa que sonaba como si hubiera un hueco, que en otros chicos no se siente. Y ese médico de Resistencia me dijo que nunca había visto eso, que lo perdonara, que me había hecho pasar mucho tiempo, pero que él no sabía qué era. 

— ¿Adónde más la llevó? 

— Después la llevé a Asunción también, a un médico, pero no le hicieron nada. 

— ¿Y en Asunción qué le dijeron? 

— En Asunción me dijeron que no tenía nada. Después me fui a una señora ahí, que es muy famosa. Doña China [12] le decían. En Piquete Cué, de Asunción más lejos. ¡Y había gente, pero gente…! ¡Pero gente rica…! [13] Yo digo que era gente rica porque muy bien vestida, tenían linda ropa, venían de Córdoba, de Buenos Aires. Llegaban en colectivo. Esa señora sacaba la muela sin dolor. 

— ¿Usted vio eso? 

— Sí, porque yo le hice sacar la muela a mi mamá. Con estos dos dedos [el índice y el pulgar], mojaba en un morterito que tenía, le daba dos, tres vueltas y salía con raíz y todo. Ni le sangraba. Y tenía un balde donde tenía cualquier cantidad de muelas y de dientes. Si uno no ve, no lo puede creer, pero yo lo he visto. ¡Cualquier cantidad de muelas y dientes! Había una chica que tenía un diente acá en el paladar, en el medio, que no se lo podían sacar; eso le decían los odontólogos. Se lo sacó la señora y lo mostraron, un diente así, grande. Le sacó ella. Y los odontólogos de Formosa no le podían sacar, la chica dijo. Y esta señora le hizo el tratamiento en una semana y se lo sacó, con estos dos dedos. 

— ¿Y no hace doler? ¿Su mamá qué dijo? 

— Nada, nada. No le dolió a ella nada, no le sangró. Se lo sacó y después fuimos a comer. Y mi mamá no creía, decía: "Parece que no me sacó nada". ¡Pero sí, si no tenía más la muela! Y mucha gente se sacaba muelas y dientes, cualquier cantidad. ¡Y yo he visto un balde de plástico donde había cualquier cantidad de dientes y muelas! ¡De distintos tamaños! ¡Que ahí hay que hacer cola! Yo fui tres veces por Susana. Y ella me dijo que ella no la podía curar: "Mirá m'hija, yo lo único que te puedo decir, que te apurés a hacerla curar. Yo no tengo poder — me dice — y esto va mal. Esta muy bien hecho. Para qué te vas a perder mas tiempo y para qué vas a venir hasta acá". Porque caro sale el pasaje, ida y vuelta. Venía cualquier cantidad de gente de todos lados. Pero no la curó ella. Me dijo que ella no la podía curar. Me dijo: "Búsquese otro lugar porque yo no puedo hacer nada". 

Después recurrí a los naturalistas, y ellos me la levantaron. Me dijeron que eran cosas que…, cosas feas. Que me habían hecho mal a mí cuando yo estaba embarazada de ocho meses y que Susana había enfermado por eso, porque le había pegado todo a ella. Como yo soy muy fuerte, a mí no me iba a afectar completamente nada [14]. Y recién con los naturalistas empezó a enderezarse, porque esto lo tenía así, se le iban juntando los hombros, que los tenía hacia adelante. Yo ya le había preguntado al doctor de Resistencia por qué era eso, y me dijo: "Mire señora, con todos los años de trabajo, y los pacientes que tengo, no sé". Porque a Susana le hicieron un estudio, y no tenía nada. 

— ¿Cómo la curaron los curanderos? ¿Qué le dieron?

— Los naturalistas la curaron en secreto, y le daban unos simples yuyos, yuyitos que… no tienen importancia.

— ¿A qué curanderos de acá la llevó? 

— La llevé a un tal Ramón, que vivía en Fontana. Hay otros que se murieron ya.

— ¿Y a los curanderos de acá no la llevó?

— No, de Lomitas no.

— ¿A Clotilde, a Ernestina, a estas señoras de acá que curan…? 

— Aquella señora, Doña Ernestina, la ha curado [15]. Ella me decía que era un principio de bronquitis lo que tenía, pero… ¡si no la curaba el doctor, menos la iba a curar ella! Ella le hacía fricciones y la curaba delante de los santos. Siempre. Ella la atendía así antes. La mejoraba pero… no se sanaba. No. No. Yo la llevé mucho para que la curara, pero no se sanaba. También el doctor Maradona [16] hizo mucho por ella, le dio unos yuyitos. Pero me dijo que él no sabía lo que tenía, y los yuyitos no le hicieron nada. Me dio una receta casera para que yo le hiciera. Yo se la hice, pero no le hizo nada. Ella estaba mal, y seguía no más mal, no se mejoraba. 

— ¿Nunca nadie le dijo quién le había hecho el daño?

— Sí, me dijeron.

— ¿Era una persona conocida?

— Sí.

— ¿Y usted nunca le dijo nada a esa persona? 

— No, nunca le dije, porque yo tengo que ver, que me muestren. Hasta una aborigen que ya mataron hace mucho, la Luisa, me dijo. Esa vez me llevó Don Tomás. Vino aquí a casa a buscarme en la camioneta, y me dijo: "Vamos a La Bomba [17], te voy a llevar a la Luisa. ¡Vamos!" Entonces estaba enferma la nena…! Tendría diez años, o más quizás. Le dije a Susy: "Vamos, te voy a llevar a la Luisa" — "¿Adónde? No, no quiero ir." — "Vení, que vamos a ir con Don Tomás". Y fuimos. El entró conmigo en la casa de la Luisa, y ella me dijo: "Vos así, grande, tomando". Quería decir que yo tomé, que me dieron de tomar. Y me dijo, señalando a la nena: "Este, éste es". No se hacía entender bien, quería decir que yo había tomado cuando estaba embarazada grande y que por eso ella estaba enferma. Y ella me dijo también que había sido la abuela. 

— ¿Su suegra?

— Sí.

— ¿Y estaba Don Tomás ahí?

— Sí, ahí estaba.

— ¿Y Susana también la oyó? 

— No, pero ella sabe porque hay otras personas que le dijeron. Y la Luisa venía a casa a curarla, pero ella le tenía miedo. Quizás ella la iba a curar, pero Susana le tenía miedo, lloraba. La Luisa le cantaba y le soplaba, y le hacía así con la boca de ella, le chupaba en la espalda, así, le soplaba, le hablaba, pero no sé yo qué será que decía, porque era en el idioma de ella. Pero eso le hizo dos veces no más, porque ella le tenía miedo, no quería que viniera. Entonces le dije a la Luisa: "Mira, Luisa, dejá no más. Vos sabés, te voy a decir la verdad, te tiene miedo, no quiere que vos la cures." — "Y, ese mal, de vos — dice —, así embarazada, vos grande". 

Y otro que me dijo así también fue un brasilero que vino… o no sé qué es lo que era; yo ni le pregunté el nombre. Yo la llevé no más, para que él me la cure. Ella tendría once, doce años. Mi mamá me dijo: "Andá, llevale". Tenía una bola de vidrio, y adentro tenía como si fuese una flor. Se veía adentro. Y le hizo apoyar las dos manos de ella. Y ahí él la iba estudiando. Y me dijo: "Sacala un ratito afuera a la nena". Yo le digo: "Susy, vení un ratito". Y me dijo: "Entre usted". Entré yo y él me dijo: "Mire, señora, es lamentable lo que le tengo que decir; usted no va a creer, pero es así. Usted cuando estaba embarazada de esta criatura, y estaba grande, su propia suegra le hizo. Usted tomó, usted tomó, pero a usted no le van a hacer nada, nada, porque usted, perdóneme la expresión, tiene un espíritu de macho [18] — así con estas palabras me dijo —. Pero la voy a curar, la voy a curar. Pero en los días en que yo le voy a ir curando, cada día se va a poner peor. No se asuste, pero el séptimo día va a ser el peor día para ella. Pero se va a enfermar muy mal pero no se va a morir". El me dijo que le diera un vaso de agua en el sereno. Tenía que amanecer en el sereno el agua, y darle en ayunas. Y me dijo: "¿Usted está por viajar?" — "No" — "¡Sí! — me dice — ¿Por qué me miente? Usted se está por ir al doctor, usted esta por viajar, usted tiene todo listo para irse. Pero usted es dueña de ir a tirar su plata". 

— ¿Y era verdad? 

— ¡Sí! ¡Cierto! Si yo tenía los bolsos listos para irme a Resistencia, al doctor. Me dijo: "Váyase, usted es dueña de tirar su plata, a mí no me importa, pero no me mienta, señora. Si usted está por viajar, ¿para qué me miente?" — "No, si no voy a viajar" — "Pero sí — me dice —, váyase, usted es dueña de tirar su plata. Yo no me voy a oponer a que gaste su dinero, pero usted se va a ir a tirar de balde su plata. ¡Y tenga cuidado, porque el séptimo día…!" Y el séptimo día me tocó allá, en Resistencia. A las doce de la noche se enfermó, hasta las seis de la mañana. Descompuesta, descompuesta, descompuesta. ¡No sabía más qué hacer yo! Y me dijo ella: "Mamá, mamá, estoy muy mal." — "No — le digo —, te parece. Siempre te agarra así." — "No, mamá, si estoy mal. Estoy mal, ¿por qué será? Pero no quiero que llores, no vayas a llorar". Y entonces ella estuvo mal, se desvanecía de la cintura para atrás, se iba para atrás. Le decía a la tía que por favor la ayudara, que había una…, una cosa como unas manos que le ahogaban, que le apretaban en la garganta. No sé si usted cree en eso de que silban, eso que se escucha que silban [19]. Usted sabe que en la casa de mi hermana hay una ventana grande así, y aquí atrás, en la parte de afuera, hay muchas plantas de bananas. Y cuando me dijo: "No, mamá, si estoy mal", hubo en la ventana tres silbidos largos, ¡silbidos larguísimos! Me dijo ella: "Mamá, esos silbidos son porque yo estoy mal." — "No — le digo —, son pajaritos que están cantando en la banana." — "No — me dice —, ¡qué van a ser pajaritos!" Estuvo mal, y ahí en ese momento que ella estaba así, descompuesta, que le daban vueltas los ojos, ahí ella gritó desesperada: "¡Abuela, abuela! ¿Por qué sos tan mala? ¿Por qué le hiciste esto a mi mamá?" Fue la única vez que ella dijo eso, y se desvaneció. Entonces yo rápido la incorporé, traje un vasito de agua bendita y le di de tomar, y le mojaba la cabeza. Ella tomó eso y empezó a vomitar una cosa como la clara del huevo, esa cosa blanca, que quedaba hecho un montón, es decir que eso yo lo alzaba y no se despegaba, no se cortaba, era como una goma. Una cosa gruesa como la clara. Un alto así. Y así estuvo hasta las seis de la mañana. A las seis de la mañana se… durmió, se tranquilizó, pero quedó como muerta. Y a la tarde, a las cuatro de la tarde, me fui al doctor, la llevé al doctor. Y él me dijo simplemente: "Esta bien, querida". Yo le conté que había estado mal la noche anterior, y él no creía. "No puede ser, m'hija, si está bien, está bien". Y le dio solamente un simple jarabe. ¡Pero… si él la hubiera visto! 

Pero esa vez me asusté, le aseguro. ¡Ay! ¡Como me asusté esa vez! Yo decía que ya se me iba a morir, porque le daban vueltas los ojos. Le daban vuelta y me miraba. Abría grandes los ojos y me miraba. Cuando se descomponía, le daban vueltas. Mi hermana no sabía qué hacer, estaba desesperada. Y no estaba mi cuñado, que se había ido a Buenos Aires. 

Cuando ella era más chica, me dijeron unos curanderos que el daño nunca se va a sanar. Por eso, cuando se enferma, ella llora, se pone a llorar, pero me pide a mi que nunca llore. Mire, cuando está enferma, con lo mal que está, yo no tengo que llorar. Me pide por favor que no llore. Yo me hice dura. Dura, dura me hice. A veces ella estaba a mis espaldas y me tocaba la cara, a ver si yo lloraba. "¿Llorás, mamá? No vayas a llorar nunca". Y ella también le dijo a mi mamá que no se iba a sanar nunca, porque a ella le dijeron que no se iba a sanar. Y eso ella lo tiene grabado. Yo le dije que ella tiene que tener mucha fe en Dios y en la Virgen, que ellos la van a sanar. 

Una vez ella estaba adentro, sentada en la cama. Y ella me dijo ese día que Dios la quería llevar, que le había dicho que la iba a llevar. Y lloraba. Yo le decía que no, que a lo mejor a ella le parecía. Eso era cuando iba a cumplir quince años. Y a mí me supieron decir, una vez que vinieron dos muchachos de Corrientes, naturalistas, que el peligro de ella estaba en los quince años, que se me podía ir en un ataque. Y que si pasaba los quince años, a lo mejor iba a seguir bien. Yo a esos los traje a casa, por traerlos no más, para ver no más. Me querían cobrar, en esos años, trescientos. Era mucha plata. Ella tenía doce años entonces. Hace seis años. Veníamos de allá, de la esquina aquella, y me dijo: "¿Su casa cuál es?" — "Aquella — le digo yo — cerca de la usina" — "¡Pero su casa — me dice — esta con todo el veneno!" 

— ¿Cómo "con todo el veneno"? ¿Qué quiere decir? 

— Quiere decir que hay muchísimos daños. "Cuando entramos no más, ya vimos lo que hay — dijo —, porque tu casa está totalmente envenenada, de cosas malas. Aquí no se puede entrar, en tu casa, a nosotros ya nos esta doliendo todo!", decía el chico. Antes sabíamos encontrar cosas… Encontramos unas balitas, y así, cosas que yo encontraba, pero yo las barría y las tiraba a la calle, o las quemaba. Las balas yo las tiré a la calle. 

Ellos tenían una cinta roja, una verde, una amarilla, largas como de dos metros cada una, y con esas cintas le medían a ella desde la cabeza a los pies. Le medían los brazos, le medían las piernas, le medían los hombros. Y entonces me dijo uno de ellos: "Mire, señora, lamentablemente, ni aunque usted se vaya a Norteamérica y busque los mejores médicos, doctores, no se la van a curar a esta chica. Tiene que buscarse un naturalista. Yo no le quiero sacar su plata. Usted dirá si quiere hacerla curar por nosotros o si quiere buscar otro. Pero le voy a decir en su cara que los doctores no la van a curar. Y acuérdese de mí algún día. Esto no es para doctor, esto es para naturalista". Yo tengo anotada la dirección de los muchachos. Son de Corrientes. Fuimos a la otra habitación y ellos me dijeron: "Esto que tiene su hija no era para esta inocente, pero ella, pobrecita, esta padeciendo este mal. A usted le hicieron, cuando usted estaba embarazada; usted estaba grande ya. Esto era para terminar con la vida de usted, pero a usted no le hace nada porque usted tiene un espíritu de hombre. A usted no le van a hacer nada, porque si no, hace rato estaría bajo tierra. Pero si usted quiere, nosotros le vamos a empezar a curar, usted nos da la mitad, y después, cuando usted ve que la chica está bien, nos paga todo". Mi marido no estaba entonces, y yo le consulté a mi hermano, le consulté a mi cuñada. Me dijo mi hermano: "Yo te voy a ayudar, yo te voy a ayudar en todo". Y después dijo mi cuñada: "A ver si a lo mejor son vividores". Pero a lo mejor, si yo la hacía curar entonces, no iba a suceder todo lo que me está sucediendo. Y esos muchachos me dijeron: "Va a ver, tiene que tener mucho cuidado entre los quince años; ahí va a ser un peligro esta chica". Y no la hice curar con ellos. Pero ellos me dijeron que los doctores no me la van a curar. "Sáquese de la cabeza, señora — me dice —, que los médicos, los mejores médicos que usted puede irse a buscar a Norteamérica, la van a curar. Va a gastar de balde. Porque esto es para naturalista. No crea señora que yo quiero sacarle su plata. Con esa plata nosotros tenemos que hacer muchas promesas. No es para mí, no es para nada que nosotros queremos hacer. Y no es que quiero sacarle. Pero yo la voy a curar. Si usted me entrega la chica yo la curo". 

¡Pero gasté cualquier cantidad! ¡Muchísima plata! Mire, yo casi me quedé en la calle por ella, haciéndola curar. Y la casa la hice curar varias veces por gente que venía de afuera. Hacían humo en todas las habitaciones de la casa y rezaban el rosario. Y no sé qué más será que hacían, porque yo muchas veces no escuchaba lo que decían, lo que hablaban. ¡Oh, me sacaron cualquier cantidad de plata! ¡Yo no creo más nada! 

Por último ya llegó un momento que ya no creí más, hasta no creía que existía Dios — después pedí perdón a Dios otra vez —, porque me desesperaba, me desesperaba, me desesperaba. Cada quince días yo tenía que viajar, cada quince días con ella a cualquier lado. Me desesperaba; no sabía qué hacer. Me iba al doctor, y me salía siempre con lo mismo: que no tiene nada, que no tiene nada [20]. De Córdoba vine con unas pastillas, Geniol®: "Lo único que le puedo dar, señora, porque no tiene nada". Veintitrés días estuve en Córdoba, y no le encontró nada. Se reía el especialista, ¡se reía! Le hicieron miles de estudios los especialistas, y se reían, decían: "No, la chica es sana, no tiene nada. ¡Es sanísima! ¡No tiene nada!" Porque yo aquí en Formosa fui a un especialista, y me dijo que Susana estaba a punto de una tuberculosis. Entonces yo, como tenía mi familia allá en Córdoba, les escribí y me dijeron que fuera, que allá había muy buenos especialistas. Entonces fui. Estuve veintitrés días. ¿Sabe lo que gasté? Y vine sin nada. A los quince días de haber venido de Córdoba, la chica parecía que se me iba a morir. Volví a ir al doctor otra vez, a Formosa, y lo mismo de siempre. 

— ¿No le agarraron los ataques mientras estuvo en Córdoba? 

— No, no le agarró ni un ataque. Para desgracia no le agarraba ni uno. Dice el doctor: "Si yo no le veo a esta chica enferma, señora, lo que usted me dice yo no le creo. Perdóneme, yo no le creo. Y usted, en vez de tener doctor allá en su pueblo, tiene caballo". Porque yo le llevé todas las recetas, le llevé todos los análisis, las radiografías, todo le llevé para que vea, para que se guíe. Y no me creyó nada, nada. Así que yo me fui, gasté, más de lo que valía una camioneta en ese momento. Sin un remedio. ¡Ni un remedio me dio! "Yo, si le doy un remedio, es porque soy un bárbaro — me dice —, porque no le puedo dar nada porque no tiene nada". Me largó así. 

Y cuando estuvo en la primaria perdió dos años. Hasta que las monjas me dijeron: "Tiene que sacarla, porque no hay caso". A veces estaba enferma, se levantaba tambaleándose y se iba a la escuela. Y ahora le va bien, pero va recién a tercer año. En el primario perdió dos años, porque a veces tenía que sacarla. Cuando estaba en quinto la saqué en el mes de agosto. Y cuando estaba en sexto la saqué en el mes de octubre. Y después perdió clases porque andaba enferma; no podía ir, no podía estudiar. Después fue a estudiar acá en el Colegio San José, en Fontana. 

Y cuando ella estuvo en Fontana, vino otro muchacho de Córdoba, uno que leía las manos. Ella me contó a mí todo lo que le dijo. Una profesora de la escuela de Fontana la llevó a verlo. Fueron las dos, la profesora también fue a hacerse ver, y le dijo a Susana que si quería ir la iba a llevar. Y fue Susana con ella. Y después me contó: "Mamá, yo me quedé helada". Porque le dijo cómo fue lo que pasó, que no era para ella, que era para mí. "Todo esto era para tu mamá — dijo el muchacho —; lamentablemente, si yo te muestro la persona (porque aquí está bien clara) vos la vas a conocer, así que es mejor que no la veas. Pero si viene tu mamá, le voy a mostrar a ella". En la mano de ella leyó él todo eso. Y a la persona se la ve en un vasito chiquito con agua: ella tenía el vaso de agua en la mano y ahí le iba leyendo él. Le dijo que ahí estaba la persona, pero que no le iba a mostrar a ella porque ella la iba a conocer y que no le iba a caer bien. Y le dijo también: "Si tu mamá viene un día en que yo estoy, entonces le voy a mostrar a ella, porque ella va a aguantar, pero vos no vas a aguantar". Y él la curó, también, en secreto, y sanó, pero sólo un tiempo, porque ella no sigue la curación. Porque ella prácticamente no quiere ni curanderos ni doctor ni nada. Y yo a ese muchacho no lo pude ver porque él no era de ahí. El dijo que para tal fecha iba a venir, y no vino. Después vino otra vez, y entonces, cuando a mí me avisaron ya se había ido. 

— ¿Siempre le decían que era daño? 

— Sí, que era un daño, que me lo habían hecho personas que a mí no me querían. Para perjudicarme a mí no más. Hay otra señora, una tal Rosa Paz, de Orán, ella la curó ese año que estuvo muy mal, en el mes de junio, que estuvo malísima, y yo la llevé ahí. Ella me dijo que era un daño. Y siempre me decían eso. Pero yo igual la llevaba al doctor, siempre la llevaba al doctor. 

Pero esa señora de Orán, ella la levantó, porque cuando nosotros fuimos a llevarla, ella no tragaba más. Lo único que tomaba era un poquito de agua. Y esto, la garganta, reventaba todo, como si fuese que estaba todo roto. Le hacía un ruido cuando tomaba el agua. Hasta que llegamos a Orán, que fuimos en un vehículo. Y ella le dijo después a mi hermana que no pensaba llegar con vida, porque se sentía muy, muy mal. Después que yo vine de allá, ella le contó a la tía que no creía que se fuera a salvar, que ella hacía esfuerzos para que yo no me diera cuenta. Pero yo me daba cuenta de que ella iba mal, malísimamente. A la ida no dormí en toda la noche, porque nos agarró una lluvia y nos quedamos en Juárez, y al otro día llegamos a Orán. Y la señora la curó a la hora en que llegamos, y al rato ya estaba normal. La curó en secreto. 

— ¿Le dio algo para tomar? 

— No le dio nada para tomar; la curaba en secreto, nada más. Y me dijo que tenía que llevarla de vuelta pero yo no la llevé, por falta de dinero. Pero quisiera ir, porque esa señora la salvó. Y aquella vez ella misma dijo que era difícil que volviera sana a casa. Porque estuvo muy mal, muy mal. Pero llegué, y gracias a Dios llegué a tiempo. Y ella me dijo: "Cuando usted venga otra vez, yo aquí le voy a hacer ver bien quién es la persona, usted la va a ver bien, la va a conocer". A mí esta señora esta me aseguró: "El día que usted quiera, lo vamos a traer a su marido, lo vamos a poner acá, y ahí usted va a comprobar, y él va a comprobar, quién es la persona". Ella le muestra en un vaso de agua. Yo tenía que volver a ir, porque ella no puede venir, porque es una señora que va para todos lados. De todos lados la llaman, hasta de Buenos Aires. La otra vez fue a curar a un matrimonio en Buenos Aires, y estuvo veinticinco días, y me dijo que sanaron bien. Yo quiero ir pero no puedo, necesito dinero, cuesta mucho. Si voy, por lo menos tengo que quedarme dos o tres días, tengo que pagar el hotel, y no tengo cómo ir. ¿Usted sabe cuánto sale el hotel por día? Sale mucho. Pero yo tendría que ir. 

— ¿A Portillo [21] no la llevó? 

— Un día yo fui a verlo a Portillo, pero no la llevé. No la llevé a ella, porque no quiere ir; a los curanderos no quiere ir. Yo fui, y él me dijo que es cosa fea, que no era para ella sino que era para mí. Que no era para ella. 

— ¿Y como la curó? 

— No, él no la curo, porque ella no quiere ir. Fui yo sola y a mí me leyó la mano. Me dijo todo, todo, todo lo que a mí me había pasado, todo, todo, todo lo de mi marido: que mi marido es un sinvergüenza, que anduvo con una mujer. Todo: vio que yo tenia un negocio y que yo lo perdía al negocio. Y es cierto, yo tenía un negocio grande, yo estaba muy bien. Y de un día para otro yo me caí, me caí, me caí y no me pude levantar más. El me dijo que yo estaba muy bien, que trabajaba muy bien en el negocio, y era cierto, pero que yo lo iba a perder al negocio. Y lo perdí. Y eso es por todos los daños que me hicieron, no puedo trabajar. Mejor dicho, no tengo suerte: trabajo bien un tiempo y después caigo. El me dijo que es mucha envidia que hay contra mí. Pero no me dijo quién era que me había hecho. Así no más me dijo, y también que todo ese problema, todo el problema de la enfermedad de ella, viene todo de eso. Y también que yo no puedo levantar. Porque al principio yo trabajé muy bien, gracias a Dios yo trabajé muy bien. Yo compré campo, compré tractor, acoplado, además tenemos la camioneta. Pero perdí dos heladeras: una heladera vitrina, ¡hermosa heladera!, y la vendí por nada. Eran cosas que yo ya tenía, que eran mías. Tres heladeras tenía, y me quedé con una. 

Yo tengo que buscar una persona que cure, que sepa curar. Porque yo estoy cansada de gastar, y nadie me cura. Portillo me decía que él podía venir a curar, pero yo no lo traje. Y él me dijo que las mujeres que tiene mi marido, las mujeres que tenía, que ellas también me hacen, me tiran cosas. Porque él acá varias mujeres tuvo, mujeres casadas. Tres mujeres tuvo. Nosotros andábamos mal por eso. Y que a esas mismas mujeres él les promete muchas cosas y no les cumple, entonces ellas mismas se desquitan conmigo. ¡Si yo no tengo la culpa…! Así me dijo el hombre este también. Pero yo no sé. Yo sólo le pido a Dios que me ayude. 

Yo me supe ir también a la escuela del evangelio. En Ibarreta hay una escuela adonde viene gente de Buenos Aires. Yo supe hablar con mucha de esa gente, porque yo me iba a veces. Es la escuela de Jesús de Nazareth. Y ahí ese señor la curó mucho. Mejor dicho, yo me iba a orar, y ahí él pide a Dios. Porque él solamente los nombra a Dios y a Jesús; no existen los santos. Yo iba. Pedía perdón a mis santos, ¿no?, pero me iba para ver si ellos me arreglaban las cosas. Volvíamos a veces a las doce de la noche. Y allí orábamos. Y ellos no cruzan los pies, sino que hay que estar sentados así; nada de cruzar. Y hay que estar continuamente en movimiento, así [golpeando con las palmas sobre las piernas]. Y ellos van pidiendo por el enfermo, y él pedía por la hermana Susana, que iba de lejos y que se encontraba enferma. Le pedía a Dios que salgan todos esos daños que nos han hecho a nosotros, que salgan del cuerpo. Y en tres oportunidades en que ella estuvo mal, en que estuvo mal acá [en Las Lomitas], él me dijo que ella había bajado a la escuela. Que el espíritu de ella bajaba a la escuela ahí donde ellos oran, en Ibarreta, porque ella estaba mal y Dios la quería llevar ya. Y es cierto, estaba mal. A veces estaba mal acá y yo no podía ir, porque es lejos. En esa época ella se mejoró, se mejoró mucho. Pero lo que pasaba es que yo después ya no podía ir…, quedaba lejos. Se llama Matildo Vera el que dirige la escuela. Es paraguayo, no sé de donde. Pero él es el que esta encargado de la escuela. Escuelita chiquita, muy chiquita. 

Y ese señor me dijo también que es una maldad muy grande que tiene Susana. La primera vez que yo fui, ella estaba enferma, y una señora que vino a Lomitas me dijo: "¿No querés que te lleve? Es un culto de evangelio, pero por la salud de tu hija… ¡tenés que ir! Si vos querés, yo te voy a llevar — me dice —; yo soy amiga del señor." — "Y bueno…!" Le dije a mi marido: "Llevame". Y me llevó. Apenas hablé con ese señor, lo primero que me dijo fue eso, que era daño lo que tenía. "Esas cosas no se hacen por ningún hermano — me dice —, pero lamentablemente hay gente muy mala. Pero no era para tu hija — me dice —, era para vos". Eso me dijo este hombre, ¡sin conocerme y sin hablar yo nada! Yo fui y le dije que tenía la chica enferma, y él me dijo así. Ellos me querían… afiliar a la escuela. Yo le decía que tenía que pensar un poquito; así siempre le engañaba. ¡Yo lo que quería era que la curaran a ella! Y ellos tienen un diario, y sacan todo en el diario. A nosotros nos sacaron fotos. Ellos me dijeron que esta escuela nace en Buenos Aires, que allí hay una escuela muy grande, y tienen en todos lados: en Resistencia, en Santa Fe, en Rosario. Una escuela muy grande. Y que para tal fecha tenían que venir unos profesores de Buenos Aires, pero yo no pude ir. Me decían que era bueno que yo hablara con ellos. Porque les dan los nombres, y ellos llevan, porque oran por los enfermos. 

— ¿Y ellos no le pudieron sacar el daño? 

— No, yo tenía que estar yendo continuamente. Y había momentos en que no me podía ir, y más, que se gasta mucha nafta. 

Y él me dijo que Susana había bajado tres veces en su iglesia. Porque un día que ella estuvo muy mal, yo fui. Le pedí a un señor de acá que me llevara, y me llevó. Y apenas me vio, me dijo: "¡Eh! ¡Te acordaste de la escuela!" — "Y sí — le digo —, no es que me olvidé, sino que no puedo venir. Cada vez se pone más fea la situación. No puedo venir". Y él me dice: "Yo sabía que vos ibas a venir, porque Susana bajó a la escuela. Adelante de todos. Bajó el espíritu de Susana acá, así que yo sabía que estaba mal". 

— ¿Y cómo curan? 

— En la reunión, van orando en voz alta. Después vienen arrimándose detrás de uno, y ponen la mano, y van orando ahí. Oran mucho. Y después los hacen pasar de a uno: ponen una silla adelante y van pasando de a uno todos los que están enfermos. Entonces todos los que están ahí en la reunión, todos los que están en la escuelita, piden por el enfermo y se golpean así [las palmas contra las piernas]. 

— ¿Y al templo evangélico de aquí no fue nunca? 

— No, aquí nunca me fui. No quiero ir aquí yo. Muchas veces yo me pongo a pensar que si yo me voy a este culto, pueden ofenderse Dios y los santos. Porque yo soy católica, ¿vio? Adoro a los santos y a Dios. Y hay muchos que me invitan para ir al evangelio aquí; siempre vienen a buscarme para ir con Susana. Pero yo nunca fui. No quiero. Nunca quise ir aquí. En otro lado sí. Porque esa señora Rosa Paz también era del evangelio. Pero ella cree en la madre de Dios y en dos o tres santos, y en Dios. Es evangélica pero no sé de qué grupo. Y yo tendría que irme a la iglesia de ella en Orán. Tiene una iglesia muy grande. Yo tengo que ir para orar ahí, para cumplir con Dios. Yo digo que a lo mejor, cuando vaya a cumplir mis deberes, las cosas van a cambiar. Lo que pasa es que no me puedo ir. Y aquí, la señora de la esquina siempre me decía que fuera al culto que hacen acá: "Hija, tenés que venir a pedir por la chica." — "Sí, voy a ir." — "Vení el sábado, el sábado es el día del Señor, vamos a oír el culto." Porque ellos son evangélicos, la familia H…. Y la señora de G… también siempre me tira un palito para que vaya, pero a mí no me gusta. No me gusta porque hablan mal de nuestra religión. Será mala mi religión, pero para mí es buena. Y dicen ellos que la nena no se sana porque yo no voy al culto. Y a mí me duele irme al culto… No sé…, me duele por mi religión. Igual, si ellos la quieren curar, si ellos quieren hacerle bien, lo van a hacer lo mismo. No hay necesidad de que yo vaya y me haga ya de la religión de ellos. ¡No puede ser! La vez pasada vinieron también de Jujuy. También vinieron a hablarme, a decirme que si yo quiero entrar en la religión evangélica van a venir a orar. Gente de Jujuy, que son evangélicos. Muchos vinieron. Me dijeron si yo quiero que se sane la nena. Yo le dije: "Mire, si ustedes quieren hacer un bien, si usted la quiere sanar, bien. Pero yo no voy a renunciar a mi religión. Si ustedes me quieren hacer un bien, me lo hacen, pero yo, renunciar a mi religión, no". Ellos querían que yo dejara, que yo me entregara a ellos. "Usted tiene que entregarse — me dice — al Señor." — "No. Si ustedes me quieren curar la chica, hacer un bien, ya que dicen que el hermano debe hacer el bien — le digo —, me lo hacen. Pero yo, renunciar, no". Y no vinieron. A mí me duele. Yo, cuando me iba allá hasta Ibarreta, ¡cómo me dolía! Pero me iba, lo hacía, por lo de la salud de mi hija. Porque si ellos le quieren curar, ¿por qué le van a decir a uno que se entregue a la religión? El señor Matildo, de Ibarreta, se enojaba, me decía que por qué yo era así, por qué no me entregaba. Yo le decía que lo tenía que pensar un poquito. Siempre le mentía… ¡Qué me voy a entregar! Yo le decía que si ellos querían hacerme un bien, que ellos me lo podían hacer, como hermanos. Y ahí decían que la Virgen son trapos sucios, son estampas sucias, que eso no hay que tener. A mí me dolía lo que decían. Yo aguantaba para ver si ella se sanaba. Pero no me gusta a mí. A mí no me gusta ni un poquito lo que ellos dicen. Lo mismo que si yo digo de Dios cosas feas: a ellos les va a doler. Y ese hombre, el señor Matildo, yo no sé qué tiene, ¡pero usted viera cómo sabe el pensar de uno…! Porque él adivina lo que uno está pensando, si uno va con fe o no va con fe. Desde el primer día que yo empecé a ir, él se dio cuenta de que yo no me iba a entregar. Y me decía siempre. Y yo me callaba. Le decía que sí, que ya voy a pensar. Y un día fue al culto un matrimonio, y había sido que el hombre tenía la pistola en la cintura. Entramos todos a orar; todos juntos estábamos ahí. Y en lo que estábamos orando, él dijo: "A Jesús el Nazareno no le gustan las armas". Y era porque el hombre tenía el arma. La tenía metida abajo de la camisa. Entonces salió afuera y dejó la pistola en el coche, y después volvió a entrar. ¿Pero cómo sabía él que tenia pistola? Y después, cuando estábamos orando, a cada ratito venía y se fijaba en las piernas, porque no hay que cruzarlas. Porque dice que a Jesús no le gustan las piernas atadas, los pies atados. Eso decía. Y también decía que nosotros teníamos que hacer con las palmas con mucha devoción y no cansarnos. ¡Usted sabe cómo cansa eso! A veces entrábamos a las 7 y media y salíamos a las diez. Todo el tiempo haciendo así. Y cuando se cansa — porque duele también— , entonces hace así, en el aire. Susana lo primero que hacía era reírse. Ella se reía de lo que hacían. Yo le decía: "Hacé, Susy, no te rías." - "¡Pero mamá, si me da risa…!" Ella no hacía. Y yo, tenía que hacer todo. Aquí me dolía todo. Después me subía a la camioneta y me dormía. ¡Porque cansa cuando uno no esta acostumbrado! ¡Y hace doler el brazo! ¡Imagínese, estar tres horas así! ¡No hay descanso! "¡Acelere, acelere!", y gritaba que uno tenía que hacer más fuerte y más fuerte. Que lo hagan con mas fuerza para que el Señor les saque todos esos daños que les hace el hermano. ¡Y déle, y déle, y déle! ¿Y usted sabe cómo cansaba? Pero yo lo hacía con tal que mi hija se sanara. Mi marido no quería entrar ahí. "No, dejame, Alicia — me decía —, ¡qué voy a entrar!" Y me reprochaba: "¡Qué vas a meterte con esa gente!" No quería. Mi marido me esperaba afuera, hasta que nosotros terminábamos. Yo a veces a las 10.05, 10.10, ya me escapaba. ¡Si a veces llegábamos acá a la una, a las dos de la mañana! ¡El camino feo…! Yo le decía a este señor: "¿Me puedo retirar? Tengo que ir muy lejos" — "No quiere el hermano", me decía. Yo a veces me escapaba, porque era muy tarde; mientras él estaba mirando para el frente, yo me iba. Era la única forma; si no, no me podía escapar. Porque él recorre las filas. Y hay mucha gente, ¡viera! Muchas maestras, señoras de oficiales. Yo sabía por otros que ahí hay gente muy bien puesta. Será que se curaban, digo yo. Iban con los chiquitos; decían que los chicos se sanaban todo. Yo digo que si ellos curan tan bien, con un tiempo que uno vaya ya se le siente… Yo me fui mucho tiempo, muchísimas veces. El señor quería que yo continúe yendo, pero no se puede. A veces mi marido no está y no tengo quién me lleve. 

¡Pero esta chica era el colmo, el colmo, el colmo! Toda peste que llegaba, se la agarraba. Hasta esa simple fiebre rosada, no sé si conoce, hasta eso le agarró. Y tos convulsa, sarampión, varicela…! Y me decía el doctor que era porque el cuerpo tenía falta de defensas. "Y bueno — le digo — ¿entonces por qué usted no le da algo para que tenga defensas?" Y le daba, pero se ve que no le hacía nada. Le daba vitaminas de todo tipo. Hasta ese aceite de bacalao le di, recetado por él. ¡Lloraba esta inocente para tomarlo, porque es feísimo! Yo la amenazaba, la amenazaba con que la iba a castigar, para que lo tomara. Tenía que darle casi un litro. ¡Y horrible es! 

Después un día me dijeron que para el asma es muy lindo el aceite de carpincho. Le di una cucharadita y casi la maté. Le atacó al hígado. Vino el doctor y me retó; me dijo que yo era una loca, que cómo le había dado eso. Pero yo se lo di de desesperada, porque no sabía qué hacer, porque los remedios de los médicos eran calmantes. Le pasaba el calmante y volvía todo[22]. Y era peor, porque cuando le agarraba el ataque y le daban calmantes, quedaba como si fuese que se chupaba: seca, seca. Y quedaba sequita por lo menos ocho o diez días. Se consumía, vamos a decir. Quedaba la piel y el hueso no más. Después volvía a reaccionar otra vez. 

Un día casi la mataron, porque se le aceleró el corazón a 120. ¡Pero saltaba altísimo en la cama! Yo no la podía sujetar. Fue el año pasado en septiembre, para los primeros días de la novena de la Virgen, que el doctor le colocó una inyección, aquí en casa. ¡Y usted sabe que se le aceleró el corazón! Estaba que se me iba. Y le dije yo al doctor que era la inyección; él me dijo que no, que no podía ser. Le dije: "Es la inyección. Esa inyección que usted le da (era Aminofirín® con Decadrón® [23]), ése es que le hace mal". Porque los medicamentos siempre la enferman. ¡Si yo la conozco…! Entonces, yo tenía unos remedios que me habían dado los curanderos, y se los puse, la hacía aspirar, la friccionaba. Estaba helada ya, helada, helada, helada. La friccioné toda, hasta que él vino otra vez y ella ya reaccionó. Y él no me quería entender que era la inyección. Le dije: "Es la inyección". Porque yo ya estaba vestida para irme a la novena, y apenas se la colocó, me dijo ella: "Mamá, me siento mal, no sé qué tengo, me siento mal y mal". Y después ya no abría mas los ojos. Le agarró un chucho, que saltaba hasta este alto en la cama; yo la tenía apretada así para que no saltara. Después quedó helada, y después entró en un calor… ¡que quemaba! ¡Parecía que volaba de fiebre!, y no era fiebre. 

— ¿Los médicos de acá también le dicen que es asma? 

— Y los médicos de acá me dijeron que puede ser un principio de bronquitis, pero ellos con que "puede ser" me tuvieron muchos años, y me hicieron perder tiempo. 

— ¿Cómo fue cuando le pusieron las balas [24]? 

— Estaban a ambos lados del portón, enfrentadas. Yo tenía terror, ¡porque tantas cosas me pusieron en casa…! Siempre había cosas que me ponían en la ventana. Pero yo nunca las dejé ahí. Yo las agarraba con la escoba y las tiraba para la calle. A veces había trapos, así, atados. A veces papeles, así, caramelos, agujitas, así, envueltas. Y eso no creo que nadie lo vaya a olvidar ahí. Yo siempre agarraba con la escoba. A veces había cartas, sobres para mí. Yo las tiraba. Se veía bien que no era el cartero que las había dejado porque no tenían estampilla. Y yo las tiraba, las quemaba. No sé qué será que decían: sería bueno o sería malo, pero yo las tiraba. 

¡Porque a mí, antes de casarme, una linda jugada me hicieron…! Yo trabajaba en la tienda Buenos Aires, y el cartero vino a la mañana. Y mi tía y mi mamá recibieron la carta. Tuvieron que pagar, porque era con franqueo a pagar. Como yo estaba para casarme, querían saber quién me escribía, y la abrieron. Yo no he visto porque no estaba. Yo lo único que he visto, es que cuando yo llegué, ellas se pusieron a llorar. ¡Pero una asquerosidad! ¡Y cualquier cantidad de bichos, adentro de la carta! Bichos de toda clase: gusanos, cascarudos, arañas, todos bichos chiquitos. Todos metidos adentro de la carta. Entonces mi tía dijo: "¡Pero qué es esto!" Y lo largó así, y le prendió fuego. Dice que reventaba, saltaba por todos lados. ¡Como tiro reventaban esos bichos! Y después se pusieron a leer la carta, ¡las barbaridades que decía contra mí! La carta decía que los bichos me iban a comer viva, que los gusanos me iban a comer viva. ¡Qué cosa fea! Cuando yo vine del trabajo, ellas estaban llorando, y me contaron. Y a mi tía, del humo de eso que quemó, le agarro en las dos piernas una cosa que le comía, que le picaba, como una eczema. Y también en los brazos. Porque al prender ella, el humo ese se le vino a las piernas y a los brazos; y levantó alto el humo, porque eran muchos bichos. Lo tiró así, le tiró alcohol, y se agachó a prender el fósforo. Era una cosa que le picaba demasiado, y ella se rascaba y se le armaba como una caspa. Y se rascaba tanto, por lo que le picaba, que se le comió todo esto. Y ella en estas cosas no cree, mi tía. Pero cuando fue con mi mamá para llevar el orín de ella, para ver qué era eso que tenía en las piernas, salían dos personas, una alta y una petisa. Y dijo la señora que vio el orín que eran ellas las que habían entregado la carta y echado los bichos. Ellas, mi mamá y mi tía, no las conocieron, pero se veía bien que eran dos mujeres. La curandera puso el orín así contra la luz, y dice mi mamá que ahí al fondo se veían las dos mujeres. Y hasta no hace mucho, mi tía tenía todavía eso en las piernas. En Córdoba los doctores le dijeron que era eczema, pero debe ser de esos bichos. 

Y si ellas dejaban la carta aparte, sin abrirla, yo iba a venir del trabajo y la iba a abrir, y ahí iba a ser que me iba a agarrar lo que estaba hecho para mí. Por eso ahora no abro las cartas. Mi tía me decía: "Nunca vayas a tocarlas cuando encontrás así, porque si es una cosa buena, van a golpear las manos y te van a entregar. Las cosas malas las van a dejar para que las lleves". Entonces yo las agarro y las tiro ahí en la calle. 

— Cuando tomó el preparado de su suegra, ¿le dijeron si era preparado por ella o mandado a preparar? 

— No, no me dijeron. Me dijeron que yo había tomado. Que era una cosa que yo tomé. Que eso es lo que le hizo mal a la chica. Y que cuesta más para sanarla porque es una cosa que nace ya, que está adentro, que nace ya. La señora de Orán me decía como si fuese que ella tiene comido adentro. Como si fuese que algo le va comiendo adentro. 

— ¿Los demás qué le han dicho? 

— Los demás me decían, también, que era una cosa, un mal que ella tiene, que la va consumiendo. Y que yo soy demasiado religiosa, que estoy continuamente con mis santos (¡y es cierto!, yo no sé cómo ellos saben), y que a ella le sana mucho con lo que yo estoy continuamente con los santos. Esa es la salvación que tiene ella. Que tiene ella, porque ella es la que está enferma. Esa es la salvación que ella tiene. Me dicen: "Usted esta continuamente con los santos. Ha promesado a santos, a santos… Pagó todas las promesas…" ¿Qué será, que todavía Dios no quiere…? No sé… 

— ¿Y con el padre Raúl nunca hablaron?

— No, nunca hablamos de estas cosas. No. 

Cuatro años más tarde (a comienzos de 1987) regresé a Las Lomitas. Cuando fui a casa de Alicia Martínez, la vi acercarse a la puerta de entrada con una expresión de despreocupación que no le había visto nunca antes. Me saludó, me hizo pasar, e inmediatamente me dijo que su hija se había sanado, antes que yo pudiera preguntarle por ella. Y me contó el final de su itinerario. 

— Susana se enfermó mucho en junio del '83, el día del padre, que cayó el día 15, y el 16 salí yo de acá, y llegué el 17 a las tres de la tarde. A Orán me fui yo esa vez. Esa señora la curó, y después vino acá a mi casa. Estuvo una semana acá conmigo, y le curaba todos los días. Porque en esta casa había muchos… ¿cómo le voy a decir…? Cosas raras. Yo jamás he visto nada, ¿no? Pero era una cosa que, a mí por lo menos no me dejaban tranquila. Era una cosa que siempre me despertaba, así, golpeándome me despertaban. Eso, durante que ella vivía enferma, era así. Cuando yo venía del campo, a veces venía muy cansada, me acostaba, y me alcanzaba a dormir media hora, y era una cosa que me despertaba, me tocaba. Me despertaba y ya no me dejaba dormir. Porque ya eran unos ruidos, ya era una cosa, ya llamaban, golpeaban, parece que pasaban por debajo de la cama… A la noche. 

— ¿Y en cualquier época del año? 

— ¡En cualquier noche de luna, noche linda! Porque dicen que cuando está así por llover, que a veces se siente así que asustan, pero no, ni aunque estuviera linda la noche, ni aunque estuviera la luz prendida, era igual. Y yo, primero tenía miedo. Y sí que tenía miedo. Pero yo decía: "No me va a vencer, yo no tengo que tener miedo, yo me voy a levantar". Y yo me levantaba a mirar, pero nunca he visto nada. Pero los golpes sí. Los golpes los escuché. Y lo que me llamaban. 

— ¿La llamaban? ¿Por su nombre?

— Sí. Pero de que yo haya visto algo, alguna cosa, nunca. Nunca.

— ¿Y a Susana la despertaban?

— No. A ella no. A mí.

— ¿Y a su marido o a su hijo? 

— Y ellos escuchaban también a veces. También escuchaban. Porque… bueno, mi marido casi no porque estaba en el campo. Pero las pocas veces que venía, yo le decía que escuche, cuando veníamos juntos. Y a mi mamá muchas veces le asustó. 

— ¿La despertaban también?

— Sí. Le golpeaban la puerta. Y mi mamá siempre decía: "Quién es?", y nunca contestaba.

— ¿Aquí o en la casa de su mamá? 

— No, aquí, en esta casa. Bueno, y yo todo eso le conté a la señora. Y también antes había hablado con los padres que estaban antes, que vinieron a bendecir más o menos cuatro veces. Y yo le decía al padre que no obedecía eso. Y entonces él me dijo: "Debe ser que hay algo malo muy cerca — me decía él —; pueden ser malos espíritus, que se quieren apoderar, o alguno que estudia magia que esta muy cerca", me decía el padre. Y no hacía nada la bendición. Nada nada. Era el padre José, que después se fue a Asunción. Después estuvo el otro padre, el padre Jorge, que también vino a bendecir. Y nada. Y entonces la señora esta me dijo que debía ser el diablo. "Esto tiene que ser el diablo", me dijo. 

— ¿Y ella cómo le curó?

— Secreto le hizo.

— ¿Le dio algo para tomar o no?

— ¡Nada! Y cuando llegamos a Orán, Susana llegó para hundirse.

— ¿Qué tenía? 

— Una agitación, una agitación bárbara. Esto de acá se hundía con esto [tenía el vientre hundido y los hombros deformados hacia adelante]. Se hundía y quedaba así. Esto se le estaba por unir acá [el hombro derecho con el izquierdo, debido a la postura]. Y este huesito que tenemos acá, en la nuca, se le iba doblando para afuera, éste estaba muy resaltado. Y el doctor Rossi, el especialista en asma y alergia de Resistencia, me había dicho que ese cuadro, ¡jamás en la vida…! ¡Seis meses la trató! El me dijo que eso nunca había visto. Que él tiene muchos pacientes de asma y de alergia, pero que no es como eso. Nunca nunca. Y la señora le curó en secreto, la curó durante la semana que estuvo conmigo. Allá cuando llegamos le hizo… Nosotros llegamos a las tres de la tarde, y ella estaba mal, que le dijo a la tía que le parecía que ya se iba a morir. Porque yo viajé con mi cuñada. Después yo, lo único que le daba a ella, que le hacía tomar, era agua bendita. Y la espalda de ella, usted la tocaba así, sonaba como un hueco. Como si fuese una cosa hueca que estaba dentro. Y la señora le curó en secreto. Y para las 5 de la tarde era como si ella no hubiera estado enferma nunca. Con una curación que le hizo. Y me pidió que quería tomar té y fuimos así a un restaurante que había y tomó un café con leche con pan y manteca, y para las ocho ya tenía hambre otra vez, entonces fuimos a cenar. Cenamos, ¡pero muy bien! ¡Muy bien! ¡Y eso que hacía frío allá! Durmió lo más bien; al otro día antes de las siete me dijo la señora que la lleve; la volvió a curar. Y salimos de allí y vinimos lo más bien. Vinimos con la señora al otro día. ¡Y nos agarró la lluvia…!, todo el camino. Pero llegamos bien. Y aquí estuvo una semana, una semana perdió el colegio, mientras la curaba la señora. Y desde entonces, ella anda bien. Y esta señora es evangelio. 

— ¿No la curaba con los santos?

— No, con la palabra de Dios. Y el Señor. Ella todo lo que hacía, hacía con el Señor. "Porque es el Señor el que hace — dice —, no soy yo, es el Señor". Y vinimos acá y ella siguió bien.

— ¿Y acá la curaba a la mañana, a la noche, en cualquier momento…?

— A la mañana, temprano. Y después a la tarde.

— ¿Y por qué tuvo que perder el colegio? 

— Porque ella le estaba curando. Entonces yo no quería que se fuera, yo quería que la curara. ¡Imagínese! Yo, diecisiete años luché con ella. Desde el año. Ella cumplió el año y se enfermó. ¡Era una…! ¡Pero era de gorda esa criatura que no podía caminar! Y se enfermó y… ¡cuero y huesos! ¡Cuero y huesos! Cada día era peor. Y nunca los doctores le encontraban nada. 

— ¿Y acá curó la casa la señora?

— Sí, curó la casa.

— ¿Cómo hacía para curarla? 

— Tenía ella una oración que ella no más hacía. Rezaba ella. Porque ella cree en la Virgen. En la Virgen María y en el Señor. Ella cree. Ahora, en los demás santos no cree. Yo tendría que irme a la iglesia. 

— ¿A qué iglesia?

— A la iglesia de los evangelios allá en Orán.

— ¿No son los mismos de acá? 

— No, ellos tienen otra costumbre de orar. Lo que ella hacía no es como… Porque yo me fui también a Ibarreta a un culto. Me iba yo también. Ellos no creen totalmente en la Virgen ni nada, porque a mí me querían hacer entrar y yo les dije que todavía no me decidía. En cambio la señora de Orán no me dijo nada. Ella me dijo que si yo me podía ir, que me vaya. Pero ella no me obligaba a renunciar a mi religión."Vos tenés fe en el Señor?" "Si — le digo — yo tengo mucha fe, y en los santos". — "Vos sos dueña de adorar a tus santos", me dijo. Ella no me prohibía a mí. Sin embargo, aquellos sí. Aquellos me quisieron afiliar, no sé, me querían poner en un… Y ellos me dijeron, cuando ella estaba mal, que había bajado a la escuela el espíritu de ella. Pero a lo mejor me decían para hacerme entrar. Y esta señora no. "El Señor es el que hace todo — dice — así que vos tenés que hacer… — porque ellos no hacen misa — tenés que hacerle la oración para el Señor". Yo le hice hacer misas al Señor, y siempre le estoy haciendo. Ahora voy a hacer para el Espíritu Santo. Y yo siempre rezo, los días jueves rezo para el Espíritu Santo. Tengo la oración. 

— ¿Ella le enseñó? 

— No, no. Yo sé no más. Yo mi religión no la iba a dejar. Me iba, sí, por la salud de ella; yo no encontraba solución en los doctores y tenía que recurrir a ellos. 

Y esta señora me dijo que era el diablo. Y esa noche me dijo… Me puso una cosa en la mano que yo no sé qué era, me dijo que no mire. Había una cosita. Me dijo que salga en el oscuro, a las 12 de la noche, pero que ella no me iba a acompañar. ¡Yo con un miedo para salir! Ella me dijo: "¡No tenga miedo! ¡Váyase y vuelva!" Y cuando yo salí ahí, oí al lado, ahí, que me roncaba algo. ¡Así se me paraba el pelo! ¡Un frío me agarraba! Y ella me retó: "No, señora, ¡váyase! ¡Váyase donde hace cruz en la calle!" Así que yo tuve que cruzar y volver, solita en el oscuro. Hasta la esquina. Y cuando entré acá me volvió a roncar. Cuando entré se me abrió el corazón, porque así, se me levantaba el cabello. 

— ¿Y qué tenía que hacer donde hace cruz la calle? 

— Lo que me dio en la mano, eso tuve que ir a tirar, pero no mirar y darme la vuelta. ¡Y desde entonces usted quiere creer que yo no escucho ni un ruido en la casa! Yo puedo estar solita, porque a veces estoy solita, pero yo no tengo miedo. Nunca escucho más nada. 

— ¿Y eso que ella le dio, era algo que ella había encontrado en la casa? 

— No me dijo nada. "Vaya, tire esto, y véngase. No tenga miedo — dice —, no sea cobarde, porque al Señor nadie lo va a vencer. Al Señor nadie lo va a vencer porque él es el poderoso del mundo". Así me dijo. Y desde entonces yo puedo estar sola, sola, pero yo no tengo miedo. No tengo miedo ni escucho nada. 

— ¿Y usted cómo tuvo referencias de esta señora de Orán? 

— Porque vino a curarle a Don Martín, el relojero. Ese señor estaba muy enfermo, y los doctores no le hacían nada. Dicen que él tenía partido esto de acá, por adentro [el hueso del pecho]. Y los doctores no le hacían nada. Ya estaba para morir, estaba cuero y huesos, ya se empezó a poner amarillo. Y se fue la señora de él, como pudo lo llevó. Y esa señora lo salvó. Ya para morir estaba. El le debe la vida a esa señora. Bueno, ella dice: "Al Señor, no a mí". Es una señora joven. 

— ¿No cobra ella?

— Nada. Uno le da a voluntad, para el Señor. Para la iglesia.

— ¿Es aborigen? 

— No, no. Bien coyita es. Vive en el barrio ese que hizo Perón, que son casas de tablas, un barrio así pobre. Ella me dijo: "Si vos podés algún día, vení para ir a la iglesia". Yo me iba a ir, total es para adorar al Señor. Y él es el poderoso. El Señor está primero, y su santísima madre, y yo respeto a todos los santos porque yo adoro a todos los santos. 

— ¿Y le dijo que era por el daño que le hicieron estando embarazada? 

— Sí, de eso. Y que a mí no me agarra, que a mí no me va a agarrar, me dijo. "A vos no te va a agarrar nunca nada — dice —, vos sabés, porque vos tenés un don. Ese don te lo dio el Señor. Yo no te puedo decir qué es, pero vos tenés un don, un don muy grande, porque a vos te hicieron de todas formas, pero no te van a matar. A vos te va a llevar el Señor cuando diga: "Bueno, hay que irse, vamos". Entonces, ahí el Señor te va a llevar al cielo. Pero estas cosas no te van a hacer nada porque tenés un don muy grande. Pero yo no te puedo decir qué es. Pero te lo dio el Señor. Porque te hicieron de todo. De todo. Te dieron de tomar." Y cuando estuve en Orán no me fui a la iglesia, porque yo ya me venía. Pero, ella me dijo: "Vos tenés que agradecerle toda la vida al Señor, porque él te la curo, no yo". ¡Y ya van a hacer cuatro años! 

— ¿Y nunca más tuvo un problema? 

— No. Se sanó. Y si no era eso, no se iba a sanar. Por ejemplo, doña Ernestina me decía que era una bronquitis mal curada. Pero yo digo que no, porque esta otra señora me dijo que era mal hecho, y se sanó. Con lo que ella le hizo, con las oraciones que ella le hacía, y que la curaba en secreto… Y que la chupaba toda, esta señora, con la boca de ella la chupaba acá, todo el pecho. Todo el pecho. Y sacó así como… ¿cómo le voy a decir? Como las cositas del choclo, vio, cuando todavía no tiene el grano y tiene así los pelitos esos, no más, chiquititos, bueno, similar a esos pelitos era. Y me decía que esos eran los gusanos. Y los quemó. Porque le sacó dos veces: allá en Orán y acá en casa. ¡Y era de hediondo cuando los quemó…! Los quemó, pero era demasiado hediondo. Le sacó dos en total. Y ella también me dijo que cuando vomitó en Resistencia esa clara de huevo, así, como una baba que no se cortaba, yo tendría que haber quemado. Porque yo le conté a ella. 

— ¿Nunca más tuvo agitaciones? 

— No, no. Desde esa vez. Por eso le digo: es de creer o reventar. Porque mi marido, él no cree. Por ahí cree, por ahí no cree. Yo creo. 

A los pocos meses, Susana se casó. Un año y medio más tarde su salud seguía perfectamente bien y nacía su primer hijo. 

 

c) Toma de decisiones, cultura y sociedad

 

El caso de Susana es el de una enfermedad particularmente larga, y que (por lo menos a partir de la primera búsqueda de terapia mencionada en el relato) aparece, para quienes la rodean, no sólo como grave, sino también como muy preocupante dado que, por un lado, los médicos no aciertan a dar ni diagnóstico ni terapia y que, por el otro, los curanderos dan el diagnóstico de brujería pero no aciertan a darle curación. Veamos los diferentes comportamientos relativos a la búsqueda de terapia para intentar acceder, a través de ellos, a los criterios que los subyacen y que los guían. 

Ahora bien, ¿cuál ha sido la razón que nos ha llevado a elegir este itinerario terapéutico, y no otro, para hacer su análisis? Sencillamente, el hecho de que era el que permitía ver de manera más completa y más clara diferentes puntos que aparecen en forma recurrente en los relatos sobre la búsqueda de terapia. Es en ese sentido que podemos decir que se trata de un itinerario representativo, pero al mismo tiempo es preciso señalar que es excepcional que una búsqueda de terapia se prolongue durante diecisiete años — a menos que se trate de adultos con enfermedades crónicas. 

Es evidente que en un caso como éste hay otra pregunta que se plantea, relativa a la influencia de la madre sobre la enfermedad de Susana. Pueden hacerse ciertas observaciones a este respecto. En primer término, que todos los curanderos (salvo uno) coinciden en el hecho de que la enfermedad de Susana es 1) la consecuencia de un acto de magia dañina 2) realizado (o encargado) por su abuela paterna y destinado a su madre cuando estaba embarazada. El consenso en relación con el primer punto se comprende fácilmente debido al carácter "insólito" de la enfermedad; la coincidencia de opiniones con respecto al segundo, por el contrario, lleva a preguntarse sobre la posible inducción del diagnóstico por Alicia Martínez y, de haber existido tal inducción, en qué medida ello es atribuible a su estructura de personalidad. 

Cabe señalar, por otra parte, que Susana ha sido tratada en numerosas oportunidades, pero una sola vez de manera definitiva. Su curación tuvo lugar en 1983, y en 1990 (fecha de mi último viaje a Las Lomitas) seguía perfectamente bien de salud. En este contexto, la hipótesis de que fuera su madre quien la enfermaba es problemática. En efecto, después de su curación, Susana vivió cuatro años en casa de sus padres sin sufrir una sola crisis; además, después del casamiento, madre e hija seguían viéndose todos los días. Por otra parte (aun cuando mi opinión sobre este punto no es la de un especialista), Alicia Martínez no tenía, en apariencia, el aspecto de una personalidad neurótica. Cuando su hija estaba enferma, su imagen era la de una madre profundamente angustiada, pero serena. Más tarde, tras la curación de Susana, se la veía feliz, como quien se ha quitado un enorme peso de encima, ella misma afirmaba no tener ya motivos de preocupación, y su serenidad era aparentemente la misma de siempre. 

Es innegable que ha habido factores de perturbación en el ambiente familiar de Susana (concretamente, la mala relación de la madre con la familia del padre, los altibajos en la relación del matrimonio, como también, con el paso del tiempo, la convicción familiar cada vez más fuerte de que la niña había sido víctima de un acto de brujería por obra de su abuela), pero por otra parte parece evidente que si tales factores provocaron y alimentaron una enfermedad durante diecisiete años, ello se debe a que fueron a recaer sobre una personalidad que era particularmente frágil. La madre misma de Susana ha definido a su hija como una "niña rara" desde su primera infancia apoyándose en el relato de diversos episodios que mostraban su comportamiento; entre ellos el más llamativo es el referido a la actitud que Susana adoptara cuando, siendo aun pequeña, se quemó con agua hirviendo: permaneció en cama, íntegramente cubierta por la sábana para permanecer al abrigo de las miradas de todo el mundo, y aun de sus padres, hasta el día en que las quemaduras estuvieron completamente curadas; durante todo ese tiempo comía, incluso, bajo la sábana. 

Hay, por un lado, según se ha visto mas atrás, un discurso basado en la nosología de la cultura. Un discurso que, en este caso concreto — en que la madre parece desde un inicio convencida del diagnóstico de brujería —, recomienda la búsqueda de terapia junto a cualquiera de los especialistas capaces de tratar las llamadas "enfermedades de curandero". La enfermedad por magia dañina entra exclusivamente dentro de esta categoría. Sin embargo, en el caso de Susana, la consulta al representante de la biomedicina no sólo está presente sino que se reitera en diferentes oportunidades. Hay, entonces, un discurso cultural que crea categorías y que las presenta como si fueran inmutable, y al mismo tiempo hay comportamientos que muestran hasta qué punto tales categorías son permeables. Lo cual exige ver esto un poco más de cerca. 

En el relato del itinerario, el primer recurso que se menciona es, justamente, el recurso al médico: a un especialista de asma y alergia. Lo cual no implica que, en los hechos, haya sido el primero, y ello por dos cosas. Primero, en este tipo de relatos, el orden cronológico cede ante el orden del interés del narrador. Además, la narración de los episodios no es necesariamente completa, tal como se desprende de lo señalado en la nota 13. Por ello, no debe descartarse la posibilidad de que el recurso al especialista en asma y alergia haya sido posterior a algún diagnóstico de brujería o a cualquier otro que, por el motivo que fuere, el narrador ha obviado. Pero también podemos suponer que tal recurso haya sido el primero; en tal caso, la imposibilidad de diagnóstico y, por ende, de terapia, por parte del médico, ya es, para el criollo, si no un diagnóstico, al menos un indicio de que la enfermedad en cuestión no entra dentro de la categoría de "enfermedades de médico". Y a pesar de ello, el recurso al médico reaparece una y otra vez en el relato. 

Y reaparece, en efecto, bajo dos formas diferentes. Una que puede hallar su justificación en el discurso cultural, y otra que entra en franca contradicción con él. La primera está ejemplificada en el caso en que Alicia Martínez apela al médico cuando surge una crisis, donde todo lo que se busca es un calmante que pueda disiparla. En efecto, en este caso, la crisis aparece como un síntoma, y lo único que se pretende entonces de la terapia es una eficacia momentánea; nunca una eficacia definitiva que se traduciría en la desaparición de la enfermedad para siempre. En efecto, no es infrecuente que quien padece una "enfermedad de curandero" consulte también a un médico; ahora bien, lo que el discurso cultural legitima es que se lo consulte para paliar el síntoma (la fiebre, el dolor, el ataque), pero no para eliminar tal enfermedad en su etiología, ya que ello se considera fuera de las posibilidades de la biomedicina. 

Pero hay, en el relato del itinerario de Susana, otra forma de recurso al médico: aquella que se contradice con lo que la cultura pregona. Se trata del recurso al clínico y/o al especialista con la finalidad de obtener un diagnóstico y un tratamiento que permitan eliminar la enfermedad, cuando al mismo tiempo se está persuadido (tal como la narración deja ver) de que la curación debe buscarse en otro lado, ante una serie de signos que indican que no se está en el terreno de la competencia del médico: cuando reiteradamente el médico no acierta a dar un diagnóstico, cuando los medicamentos de farmacia han mostrado efectos secundarios importantes, cuando todos los curanderos (con una sola excepción) han atribuido la enfermedad a la brujería, cuando la relación con la familia política es mala, cuando ha habido en años anteriores la prueba de haber sido el destinatario de un acto de magia dañina. "Ella me dijo que era un daño. Y siempre me decían eso. Pero yo igual la llevaba al doctor, siempre la llevaba al doctor". Esta forma de recurso al médico, si bien en el conjunto de itinerarios recogidos es menos frecuente que la que se menciona en el párrafo anterior, no es sin embargo excepcional. Es la forma que queda sin explicación cuando ésta se busca en las razones que la cultura elabora, mientras que debe ser buscada en ese margen de libertad individual que se apoya en la razón pragmática y que hace posibles las acciones a tientas. 

Si bien hablamos de itinerario, no hay en rigor un recorrido continuo, sino una serie de segmentos que se adicionan, que se siguen en el tiempo sin constituir una secuencia encadenada. Si cambiáramos su orden, o si lo invirtiéramos, obtendríamos un itinerario estructuralmente idéntico. Es decir, cada recurso a un nuevo terapeuta no constituye la continuación del recurso que lo antecede, sino que es un volver a empezar, como si nada hubiese sido hecho hasta entonces. El recorrido continuo es característico de las sociedades en que existe el hábito del recurso al médico de cabecera (o al clínico ocasional que lo suple) que, una vez hecho el diagnóstico, derivará o no a su paciente a un especialista. Pero allí donde el hábito está constituido por el recurso al curandero, las cosas suceden de otra forma. El curandero rara vez deriva, y cuando lo hace, ello se funda en una razón de otro orden. Por un lado, un curandero nunca deriva a tal otro curandero más especializado que él; a lo sumo dirá al enfermo que busque un terapeuta mas poderoso que él, pero le dejará libre la elección (tal como sucede cuando la madre de Susana recurre a doña Chini). Por otra parte, cuando el curandero le dice a su paciente que vaya a ver al médico, no le está aconsejando el recurso a un especialista que sabe más que él, sino a un terapeuta que tiene conocimientos de otra índole, que se mueve en un ámbito diferente. Entre los curanderos hay quienes saben más y quienes saben menos, pero no hay especialistas en el sentido en que lo entiende la medicina moderna; muy por el contrario, cuando los criollos nos dicen que alguien es "especialista en empacho", es porque apenas sabe curar esa sola enfermedad, a tal punto que ni siquiera merece el apelativo de curandero [25]. 

Así, en la sociedad criolla, el itinerario no es la obra de un terapeuta que guía a su paciente, sino de las decisiones a tientas del enfermo o de quien lo tiene a su cargo. Y en tal itinerario, no hay un encadenamiento de recursos en secuencia organizada; a lo sumo suele aparecer una combinación sincrónica de recursos que sigue, en especial, un criterio de complementariedad. Esto no aparece en el itinerario transcripto, pero es frecuente, sobre todo en los casos en que se recibe (y se acepta) un tratamiento largo en el hospital. Alguien recibe el diagnóstico de tuberculosis; comienza el tratamiento con el médico, pero también va a la curandera para que con su oración "apoye" los medicamentos de farmacia que le son administrados. 

Se ha dicho que el curandero criollo no deriva pacientes. Tampoco es su hábito el cambiar de tratamiento: él hace su curación, que resulta o no resulta, pero no innova. Por ello, el paciente no tiene ningún motivo de volver al curandero cuando juzga que su terapia ha sido ineficaz: si lo hace, o bien el terapeuta reconocerá que no tiene el poder necesario, o bien reiterará el tratamiento, y habrá que volver a pagar por algo que ya se sabe que no surte efecto. Así, la modalidad de la terapia curanderil crea en su paciente una determinada actitud, que éste suele conservar luego con el médico; con cierta frecuencia puede observarse que un determinado paciente, en un período más o menos breve, se dirige al hospital en varias oportunidades, y cada vez consulta a un médico distinto: en cada oportunidad busca la terapia como si fuera la primera vez desde que cayó enfermo. El tratamiento anterior no ha sido eficaz a los ojos del paciente, y éste no vuelve para decírselo, no contempla la posibilidad de una modificación en el tratamiento, sino que recomienza todo con un nuevo terapeuta sin tampoco decirle que otros médicos ya lo han atendido: cada vez un nuevo segmento independiente se va sumando a su itinerario. 

Ahora bien, el itinerario terapéutico no sólo debe analizarse como una figura que se adecua a un modelo cultural o que se aparta de él a partir de un margen de autonomía individual, sino también como una serie de decisiones que no pueden aislarse ni del tejido de relaciones sociales ni de factores aleatorios de diversa índole. 

La toma de decisiones es, en el itinerario cuyo relato hemos reproducido, la obra de un familiar inmediato. Es cierto que se trata de una niña, luego de una adolescente, pero este esquema puede repetirse aun cuando el enfermo sea un adulto. Ya sea que tenga lugar dentro o fuera de la "norma cultural", tal toma de decisiones presenta ciertas modalidades que aparecen en gran parte representadas en el itinerario de Susana. 

En la toma de decisiones, el enfermo o quien lo tiene a su cargo no actúa solo. Sus familiares, sus vecinos, sus conocidos, lo aconsejan y le dan apoyo moral y material. Cuando la enfermedad comienza, se suele optar por los terapeutas del pueblo, y se elige una u otra forma de terapia, como se ha dicho mas atrás, según criterios nosológicos y religiosos. Cuando la enfermedad se agrava, cuando se hace crónica, cuando los terapeutas cercanos han fracasado, las estrategias se hacen más complejas, a la vez que la pertinencia de los criterios mencionados se esfuma. Pueden distinguirse en esta fase actitudes diferentes, según el recurso de que se trate. Actitudes que se hallan ilustradas en el itinerario de Susana. 

En primer lugar, ya en la etapa grave, la decisión de dirigirse a un curandero es el resultado de la sugerencia de alguno de los miembros de la red de relaciones sociales del enfermo o de quien lo tiene a su cargo. Doña Chini, de Piquete Cué, y Rosa Paz, de Orán, son curanderas que en repetidas oportunidades han dado asistencia a enfermos que vienen de Las Lomitas, la mayoría de los cuales las recomienda. La curandera final le fue recomendada a Alicia Martínez por alguien de su medio social. Ahora bien, la sugerencia aquí, más que con un tipo de terapia (en este caso el curanderismo), se hace en relación con un individuo (un curandero) que ya ha demostrado su capacidad en el arte de curar. El hecho de que en un caso y en el otro se trate de enfermedades diferentes es algo que no cuenta en absoluto. Lo que sí cuenta como punto de referencia es la similitud en el estado de gravedad de un enfermo y del otro — mejor dicho, en la percepción del estado de gravedad. Lo que se evalúa entonces la capacidad en relación con la gravedad de la enfermedad que ya ha sido tratada y eliminada: si un terapeuta ha podido dar curación a un enfermo grave, también podrá dársela a otro, sea cual fuere la enfermedad de que en cada caso se trate. Todo lo dicho en este párrafo en relación con el recurso al curandero criollo es aplicable al recurso al indio que cura y al recurso al pastor. 

Por el contrario, cuando se opta por el recurso al médico, las cosas suceden de otra manera. Aquí no se opta por un individuo, por un médico en particular, sino por una forma de terapia. Descartados los recursos locales, el enfermo no busca información relativa a tal o cual especialista, sino que se dirige a una ciudad en la que tenga familiares: a una ciudad porque en toda ciudad hay especialistas, y donde haya familiares, por razones de índole económica y social. Susana fue llevada a Resistencia porque allí vivía su tía, y a Córdoba porque allí tenía parientes maternos cuyo grado no se especifica. Ni a uno ni a otro lugar se la llevó con la finalidad de hacerla tratar por un médico determinado, sino que el médico se busca una vez en el lugar. La lógica que sigue aquí el itinerario es la de la línea de parentesco, no porque ésta intervenga en la decisión terapéutica en sí, sino en razón del rol de la familia como factor de apoyo económico y moral. Tal rol de la familia tiene su contraparte en el caso en que se recurre al curandero lejano, en que por lo general quien tiene a su cargo al enfermo (un pariente directo de éste) viaja acompañado por algún otro miembro de la familia. 

Veamos, ahora, de qué manera tiene lugar el recurso a una comunidad religiosa ajena a la propia. La familia de Susana es católica y comparte en todo las críticas que en Las Lomitas he oído sobre las sectas protestantes. Cuando, visto el fracaso de otros terapeutas, Alicia Martínez decidió recurrir a los evangélicos, buscó un culto que tuviera lugar en otro pueblo. Ibarreta está a 90 kilómetros de Las Lomitas, y en la época en que la llevaban a Susana, el camino era enteramente de tierra; cada viaje implicaba entre una hora y media y dos horas de ida y otro tanto de vuelta. El argumento mediante el cual la madre de Susana justifica lo que ella vive como una infidelidad a su propia religión ("Yo, cuando me iba allá hasta Ibarreta, ¡cómo me dolía! Pero me iba, lo hacía, por lo de la salud de mi hija"), no es un argumento suficiente cuando un vecino la invita a participar de un culto evangélico en Las Lomitas; en este caso ella encuentra otro argumento ("Si yo me voy a este culto, pueden ofenderse Dios y los santos"), que probablemente esconda una razón de orden social: que, como católica, no quiere que la vean en el templo protestante de la localidad en que vive porque la van a criticar. Además, la feligresía de los cultos protestantes pertenece, por lo menos en Las Lomitas, a un nivel social inferior al de ella, y eso no cuenta en el pueblo ajeno, pero sí en el propio. También se siente en deuda con la curandera de Orán, piensa que tendría que ir alguna vez a su iglesia. Orán está a 450 kilómetros de Las Lomitas, y aquí el argumento de Alicia Martínez es: "Total, es para adorar al Señor". 

¿Qué se puede decir, por fin, de la accesibilidad a la terapia teniendo en cuenta el factor económico? Se ha dicho que los padres de Susana están actualmente en una situación económica media. Alicia Martínez afirma haber estado en una situación mejor anteriormente, en tiempos en que tenía un pequeño comercio, y de hecho, en un momento dado pudo pagar para su hija una clínica privada (lo cual se deduce claramente del costo de la ida a Córdoba, equivalente al valor de una camioneta). También afirma haber gastado mucho dinero a lo largo de los diecisiete años de la enfermedad de la hija, lo cual, aun sin tener las cifras, debe entenderse como absolutamente cierto, en términos relativos, para un habitante de Las Lomitas. En efecto, el recurso a curanderos lejanos e itinerantes ha sido frecuente y es en la zona (fuera de las clínicas privadas) el más costoso. 

Es preciso señalar que este recurso no está tampoco ausente en el itinerario de quienes, dentro de la población criolla, ocupan la capa más desfavorecida. El costo del terapeuta lejano se siente menos que el costo del terapeuta local, por aquello del criterio de distancia, que lo convierte en más eficaz [26]. Así, habiendo dinero, no se vacila en ir lejos, y no habiéndolo, se lo consigue, ya sea dentro de la familia, ya sea utilizando el dinero destinado a cubrir otros gastos. Con los curanderos locales (incluido aquí el indio que cura), las cosas suceden de manera más simple dado que, por un lado, son económicamente mucho más accesibles, y por el otro, existe siempre la posibilidad de contraer con ellos una deuda temporaria. Luego, las sectas evangélicas no exigen una paga [27] (ni previa, ni durante la fase terapéutica), pero si se logra la curación gracias a los servicios del pastor, el dar una limosna deviene una exigencia social. 

Dentro del sector biomédico se hallan, a la vez, el recurso más caro y el más accesible de todos los que se ofrecen a la población : las clínicas privadas y el hospital. Es evidente que una internación o un tratamiento largo y costoso en una clínica privada son prohibitivos para la mayoría de los individuos que pertenecen a la población criolla (y, por supuesto, para toda la población aborigen). En el otro extremo, el hospital es el único recurso totalmente gratuito [28], lo cual no lo sitúa en un plano de preferencia con respecto al resto de las terapias posibles. Con ello no quiero decir que el conjunto de los curanderos atiendan más pacientes que el hospital, lo cual que no estoy en condiciones de probar. Lo que quiero decir es, simplemente, que el hecho de que sea gratuito no se evoca nunca como un punto a tener en cuenta en el momento de elegir una terapia. Lo cual condice con hecho, frecuentemente señalado en trabajos sobre antropología médica, de que el sentido de la enfermedad lo halla el paciente antes junto a los terapeutas tradicionales que junto a un profesional de la medicina moderna.

 

BIBLIOGRAFIA

 

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Worsley, P. 1982

Non-Western Medical Systems. In: Annual Review of Anthropology 11: 315-48.

 


[1]    Este trabajo es parte de una tesis doctoral presentada en la Universidad de Aix-Marseille III, cuya realización ha sido posible gracias al apoyo financiero de la Wenner Gren-Foundation for Anthropological Research, durante tres años, y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), durante un año y medio.

[2]    Leslie 1980: passim.

[3]    Pueden verse al respecto, entre otros : Dunn 1976; Mitchell 1977; Kleinman 1978; Worsley 1982; Press 1980; McQueen 1978.

[4]    Press 1980.

[5]    Algún cantor o predicador destacado de una de las etnías puede participar en ceremonias importantes llevadas a cabo por la otra.

[6]    Benoist 1980: 30-33.

[7]    Bateson 1984: 16ss.

[8]    Benoist 1981: 11.

[9]    La nosología criolla distingue las "enfermedades de médico" de las "enfermedades de curandero", o "de naturalista". La medicina moderna, que a partir de la lógica que la funda conforma un sistema único y acabado de clasificación, diagnóstico y terapia de la enfermedad, se halla en el Chaco, como también fuera de él, relativizada por la lógica cultural y por los comportamientos humanos: la clasificación y los itinerarios terapéuticos la muestran sólo como una de varias puertas a las cuales es posible acudir cuando se busca una terapia. La clasificación criolla incluye, además de los dos campos mencionados, un territorio intermedio de superposiciones y de límites elásticos donde se sitúan las afecciones que pueden recibir tanto un tratamiento tradicional como uno moderno.

            Las enfermedades de médico son principalmente aquellas que necesitan una intervención quirúrgica, las fracturas, los estados patológicos que una fiebre muy elevada o un dolor muy intenso señalan como agudos, la tuberculosis, el mal de Chagas, la lepra. Las enfermedades de curandero son las generalmente conocidas como "enfermedades folk", es decir, todas aquellas que poseen una denominación y una representación surgidas en la tradición criolla, como pueden serlo el susto, el ojeo, el pyarurú. Las afecciones que recubren el espacio intermedio son numerosas, pero las más representativas son las parasitosis, las afecciones cutáneas y los trastornos digestivos.

[10]   Fassin 1992: 118.

[11]   Todos los nombres de los pobladores de Las Lomitas han sido cambiados.

[12]   Doña China (o Doña Chini) es una curandera muy conocida en toda la región, que vive en Piquete Cué (Paraguay), cerca de la ciudad de Asunción. Hasta hace unos años había un autobús que salía de la ciudad de Formosa por la mañana temprano llevando enfermos hasta la casa de doña Chini, donde permanecía hasta que todos hubieran recibido su terapia, y tras ello los llevaba de vuelta. Varias personas que he conocido en Las Lomitas se han hecho curar por ella.

[13]   La mención de la buena situación social de la clientela aparece a menudo en boca de los informantes como justificación del recurso al curandero, como también del recurso a las sectas evangélicas.

[14]   La enfermedad en general aparece n la visión criolla como el resultado de un juego de fuerzas, en que un individuo resulta tanto más vulnerable cuanto menor es su propia fuerza, que es la de su organismo y la de su espíritu. La gran vulnerabilidad de un bebé se explica a partir de la fragilidad espiritual y orgánica que caracteriza a todo ser al inicio de la vida. La fuerza se adquiere con los años y, en condiciones normales, todo adulto es fuerte. Esto no implica que el adulto sea "inmune" a la enfermedad, sino que difícilmente será afectado por las mismas fuerzas que enferman a los niños. Por otra parte, hay individuos que son, por naturaleza, peculiarmente fuertes, cuyo organismo y cuyo espíritu son capaces de hacer frente a cualquier fuerza de enfermedad. Tal es el caso de Alicia Martínez, nuestra informante, cuya propia fuerza fue capaz de rechazar la fuerza del acto de brujería, el cual recayó entonces sobre el ser frágil e indefenso que era su hijita en formación. El tema de la fuerza y la fragilidad en relación con la enfermedad ha sido tratado en detalle en nuestra tesis doctoral (Sturzenegger 1992).

[15]   Se trata de la curandera más exitosa de Las Lomitas, a quien Alicia Martínez admite haber recurrido sólo cuando se le formula la pregunta de manera directa. Cabe señalar aquí, a partir de nuestras preguntas y de las respuestas de nuestra interlocutora (¿Fue a ver a los curanderos de Las Lomitas? — No. — ¿Fue a ver a tal curandero de Las Lomitas? — Sí.), el valor muchas veces engañoso de las respuestas que se obtienen, de la necesidad de volver sobre la información obtenida, lo cual nos remite, en última instancia, al valor ficticio de los cuestionarios "tipo", especialmente cuando no van acompañados de técnicas cualitativas de recolección de datos.

[16]   El doctor Maradona, que vivía en el pueblo formoseño de Estanislao del Campo, falleció, ya muy anciano, hace algunos años. Siendo muy joven, recién finalizada su carrera de médico, obtuvo un puesto en la provincia de Salta. Según se cuenta, allí se dirigía, en el tren que atraviesa la provincia de Formosa. Cuando el tren se detuvo en la localidad de Estanislao del Campo, alguien subió para preguntar si entre el pasaje no había un médico, porque peligraba la vida de una mujer que estaba de parto. El joven médico descendió, la atendió, y dejó partir el tren. Al ver la situación de la población, pensó que era allí donde debía cumplir su función social, y permaneció en Estanislao del Campo hasta el fin de sus días. Llevo una vida de una austeridad total. Tenía varios manuscritos sobre la flora, la fauna y las culturas indígenas de la zona que tuve la oportunidad de hojear cuando lo conocí, en 1982.

[17]   La Bomba: nombre del barrio pilagá.

[18]   Otra vez aparece la fuerza como prevención contra las agresiones externas, concretamente, la fuerza del espíritu contra la agresión del acto de magia dañina. También vemos aparecer la noción, muy frecuente, de diferencia en el grado de fuerza vital entre los sexos.

[19]   Se refiere a los silbidos de las ánimas en pena, que se dejan oír en especial el día de los muertos y en los días que lo preceden. Los criollos vinculan esos silbidos ante todo con la situación de necesidad en que se hallan los muertos que no han alcanzado el paraíso: silban para pedir una misa, para pedir una oración. Pero también el espíritu del moribundo puede silbar. Por otra parte, la idea de que el muerto puede llevar consigo a un viviente existe en el Chaco, si bien es raro que se explicite como tal.

[20]   La imposibilidad de dar diagnóstico por parte del médico constituye en realidad una confirmación cultural de que la enfermedad ha sido provocada por un acto de magia dañina.

[21]   Curandero de origen paraguayo que estuvo varios años instalado en Las Lomitas.

[22]   Existe entre los Criollos la noción de que todo producto farmacéutico es un calmante temporario. Ello responde a la oposición que se establece entre este tipo de medicamentos, que corresponden al ámbito de lo "elaborado", y el remedio tradicional, preparado a partir de plantas medicinales y que pertenece a la esfera de lo "natural". La esfera de lo natural no es simplemente la naturaleza tal como se la entiende en los manuales de biología, sino que es la esfera de la creación divina. Es por ello que todo lo que es calificado como natural se sitúa en un nivel de perfección más alto que lo que se califica como "elaborado" o "artificial", que está hecho por la mano del hombre. Y de hecho, en lo que concierne a los productos terapéuticos, el remedio por excelencia es el remedio natural, aquel cuya acción no se limita meramente a calmar, sino que elimina del cuerpo por completo la enfermedad. Cf. Sturzenegger 1992.

[23]   Aminofirín®: medicamento para el asma; Decadrón®: antiestamínico y cortisona (alergia, asma).

[24]   Referencia a lo relatado en la página 13.

[25]   El saber terapéutico está distribuido en la sociedad criolla a la manera de un continuum. En un polo del continuum están los conocimientos compartidos, que se refieren a la utilización de las plantas medicinales más usuales, indicadas especialmente para el tratamiento de enfermedades infantiles benignas y para la prevención de diferentes afecciones en niños y adultos. En el otro polo están los curanderos, que (teóricamente, por lo menos) conocen el remedio y la oración curativa correspondientes al tratamiento de cualquier tipo de enfermedad. Entre un polo y otro se extiende una amplia gama, en la que encontramos individuos que conocen un número muy elevado de recetas y ninguna oración, individuos cuyo saber herborístico no es importante pero que como contrapartida conocen una o dos oraciones curativas, y también individuos conocidos como "especialistas" en una enfermedad en particular. Estos últimos son reconocidos, en efecto, como terapeutas de un nivel más bajo que los curanderos. No se los llama "especialistas" por el hecho de que sean los mejores terapeutas en el tratamiento de tal o cual enfermedad en particular, sino porque su saber y su eficacia se limita a la terapia de una sola enfermedad.

[26]   Cuando hablamos de criterio de distancia nos referimos concretamente a la atribución de una mayor eficacia al terapeuta que habita lejos del lugar de residencia de la población y cuya consulta exige un desplazamiento costoso en tiempo y en dinero.

[27]   Me refiero aquí exclusivamente a las iglesias presentes en Las Lomitas.

[28]   Con una salvedad: los medicamentos son proporcionados por la farmacia del hospital, pero cuando no los hay, sólo aquellos que pueden obtener un certificado de pobreza pueden obtenerlos gratuitamente, en la farmacia del pueblo, pagados por la municipalidad.



Retour au texte de l'auteur: Jean-Marc Fontan, sociologue, UQAM Dernière mise à jour de cette page le samedi 6 septembre 2008 16:56
Par Jean-Marie Tremblay, sociologue
professeur de sociologie au Cégep de Chicoutimi.
 



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